Habbo Wars
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Mensaje por Vozher Jue Nov 21, 2013 7:49 pm

Spoiler:

Dromund Kaas

En mas de una ocasión se despertó. La primera vez fue porque alguien lo estaba sacudiendo por el hombro, con brusquedad, aunque sin excederse. Al despertarse, alcanzó a ver varios contornos, algunos que le parecían muy familiares, aunque no era capaz de deducir quienes eran exactamente. Y mucho menos, por qué estaban allí, parados, observándolo... Muchas preguntas embargaban su mente, y cuando exigía una respuesta, todos parecían ignorar sus sonidos roncos, ininteligibles. La segunda y otras veces, no venía tanta gente, excepto un sujeto de avanzada edad que se le acercaba mas que todos para presionarle el cuello con los dedos.

Este idiota cree que estoy muerto o que. Se dio cuenta de que, en las pocas veces que se había despertado cuando el individuo lo revisaba, se enfurecía sin motivo aparente. Quizás fuera porque no tenía movilidad. Las siguientes veces contenía la calma e intentaba dormir de nuevo, siempre sintiendo el calor de las manos en su cuello, comprobando de que aun corría sangre por sus venas.

Después de aquello, se despertaba mas a menudo, y duraba mas tiempo, con la vista clavada en el techo. Aburrido y sin saber que hacer, se pasaba minutos moviendo los dedos, ratificando que no perdía la movilidad o algo por el estilo. Al paso de los días y con práctica, lograba levantar el brazo completo, hasta poder extenderlo, encogerlo y bajarlo, aunque siempre con cuidado; no quería lastimarse mas de lo que estaba.

Un día de aquellos, llamó a gritos que alguien fuera a su habitación. Entró el mismo sujeto que había estado inspeccionándolo, y luego de examinarlo, se retiró sin mediar la palabra, aunque, basándose en las expresiones de su rostro, estaba satisfecho. Creyendo que ya se podía levantar, intentó sentarse, y desde ese día durmió mas de lo normal.

Pasaron horas, tal vez días o quizás semanas, pero al fin volvió a despertar, con un nuevo objetivo en mente. Como cada vez movió sus dedos, y ahora fijó su vista al frente, intentando ver algo en la negrura de la estancia. Por primera vez distinguió una mesa. Creo que he visto eso en algún lugar. Permaneció mirando durante largo rato aquel mueble que le parecía vagamente familiar, hasta que, después de varios intentos de pensar con claridad, un instantáneo recuerdo acudió a su mente; la mesa en la que solía leer. Sospechando de que estaba en su habitación, miró a su lado izquierdo y vio la puerta, ubicada exactamente donde se encontraba en su aposento. Ahora, ya sabía donde se encontraba.

El chirrido de las bisagras de la puerta de su pequeña habitación fue lo que lo despertó. Abrió los ojos de inmediato, asustado sin saber por qué. Intentó levantarse, pero una punzada de dolor lo hizo acostarse de nuevo. Apretó los párpados, intentando disimular, pero después de unos segundos ya le daba igual si demostrar o no el profundo dolor que sentía al hacer algún movimiento. Esperó unos momentos mas y cuando se sintió mejor, abrió los ojos nuevamente. La silueta del pequeño sujeto se remarcaba con la luz proveniente del pasillo, y la luz de la vela que estaba al lado de su cama iluminaba su rostro; era casi un niño, vestido con los típicos ropajes de iniciado.


-Cultista Astaroth, es solicitado en el salón de la Cámara Oscura.

-Ve y diles que me tardaré unos minutos -le respondió Astaroth al iniciado-.


Ahora con mucha mas lentitud, movió sus dos piernas hasta situar sus pies en el frío mármol. Apoyó ambas manos en el colchón, cada una en su lado, y se impulsó hacia arriba, de modo que quedó en pie durante unos segundos. Al sentir que sus piernas lo traicionaban y comenzaban a tiritar, su habitación pareció dar vueltas, y para lo único que tuvo tiempo fue para mover los brazos. Pareció transcurrir un segundo, y en un parpadeo se encontró aferrado al velador de su cama, mareado. Todo esto presenciado por el iniciado parado en la puerta, que no sabía que hacer.

-¡Acércate! -exclamó el cultista, con una furia provocada al darse cuenta de lo débil que era en esos momentos. El iniciado se movió con rapidez hacia el y dejó que Astaroth se apoyara en su hombro, mientras comenzaban a cojear-. Gracias. Y discúlpame por haberte gritado.

Salió de su habitación y caminaron iniciado y cultista por el estrecho pasillo en el cual habían numerosas puertas a cada lado, cada una de una habitación diferente. El pasillo estaba iluminado por los candelabros que colgaban del techo.

Quizás la imagen de un hombre, pálido y cansado, apoyado en el hombro de un adolescente, les causaba gracia a sus compañeros. Mas de alguna vez se cruzaron con algunos, y la mayoría los miraban y sonreían. Pero aquello no le importaba; estaba preocupado por recordar que le había pasado que le había hecho quedar en tal estado. Sospechaba que había sido algo grave; algún accidente, una batalla, o quizás una caída. Tenía que saberlo lo mas pronto posible, pero ante todo, tenía que mejorarse.

Finalmente, tras recorrer la academia, llegaron a una de las zonas mas ocultas y privadas de la academia; los accesos al salón de la Cámara Oscura. Descendieron dificultosamente la escalera de piedra hasta llegar a un pequeño y angosto pasillo, también hecho de piedra, el cual finalizaba en una pesada puerta protegida por un portón adelante suyo. Avanzaron hasta el portón, y al llegar, el adepto cerró sus ojos, sumiéndose en un profundo estado de concentración. Después de un instante de dudas, el iniciado abrió los ojos, y por la puerta salió el hombre que lo había citado; uno de los lores sith que mas había conocido.

Una vez las rejillas del portón se alzaron para dejarles el paso libre, Astaroth realizó una profunda reverencia que casi parecía una burla. Al ver que el lord asentía, volvió a su posición inicial, intentando parecer en forma.


-Veo que según pasan los días te recuperas, Astaroth. Aunque dudo que todavía estés listo para mantenerte en pie durante un minuto -dijo el lord, con sus ojos clavados en los del cultista-.

-Aunque no lo parezca, me siento bien, lord. Es solamente... sueño -mintió-.

-Sí, claro. Creo que el golpe aparte de borrarte gran parte de memoria te dejó un poco mas... tonto -El lord sonrió-.

-¿Que necesita, mi lord? -preguntó Astaroth, notablemente adolorido y cansado, haciendo caso omiso a las burlas del lord respecto a su condición-.

-Hace mucho que fuiste enviado para traer de Mygeeto los conocimientos de Darth Plagueis -dijo el hombre, retomando la seriedad-, sin embargo, el holocron no está aquí. Dudo que exista, al igual que dudaba que en Mygeeto hubiese escondido uno de sus manuscritos, pero aún así te mandaré a buscarlo. La diferencia de esta misión y la antigua es que esta vez lo traerás.

-¿Que pasa si no lo traigo?

-Para llegar a lo alto siempre hacen falta sacrificios. Este es uno, y cada sacrificio tiene un poco de dolor. Asi que elige. Un solo sacrificio o muchos mas, cada vez mas... dolorosos.

-Entiendo, mi lord. ¿Cuando partiré?

-En cuanto te sientas preparado y tengas su ubicación. Ahora que ya te lo he dicho, retírate. Tengo asuntos importantes que atender.


Astaroth se giró, dándole la espalda al lord, con una mano en el hombro del iniciado.

-Llévame a la... -dijo, y se quedó pensando unos instantes-. Vamos a la biblioteca.

El ascenso fue mucho mas difícil. Cada vez que tenía que levantar el pie para ponerlo en el escalón que venía, sentía como sus piernas se quemasen, a pesar de que estuviera cargando la mayoría de su peso en el hombro del iniciado. Le pareció una eternidad hasta que llegó por fin al atrio principal.

Ahora, se encontraron a solas; toda los iniciados que venían de la biblioteca se habían ido, y los neófitos que volvían de un duro entrenamiento también ya no estaban. Todo estaba en silencio, hasta que siguieron caminando en dirección a la biblioteca.


-La academia duerme -comentó Astaroth mientras avanzaban lentamente hacia dos grandes puertas-. Aprovechemos antes de que se despierte alguno.

-¿Por qué debemos aprovechar eso? -preguntó el iniciado-.

-He oído rumores de que existe una zona prohibida en la biblioteca, solo para los rangos mas altos de la Orden Sith. Según dicen, ahí se encuentran los mas antiguos manuscritos, o al menos copias de ellos. Si es cierto, quizás encuentre algo, una pista para saber la ubicación del holocron... o información sobre Plagueis.


El iniciado se adelantó y empujó las pesadas puertas de la biblioteca, igual de grandiosa  y majestuosa como todas las bibliotecas de las numerosas academias sith, situadas en diferentes planetas. Y para su suerte, no había nadie. Era el momento perfecto.

Pasó cojeando hacia adentro. Segundos mas tarde, el iniciado cerró las puertas y lo acompañó por el tercer pasillo de todos los que habían allí. Si le daba crédito al rumor que había corrido cierto tiempo, entre neófitos que seguirían el camino de la sabiduría y pasaban la mayor parte del tiempo en la biblioteca, encontraría las estanterías a la izquierda del término del pasillo. Ahí podría encontrar información suficiente para iniciar su peligrosa aventura.

En el gigantesco salón no volaba ni una mosca. En ningún momento escucharon otro sonido que no fueran los suyos propios. Las lámparas que pendían del techo alcanzaban a iluminar todo el lugar; solo lámparas, pues si ocurría un accidente con los candelabros era posible un incendio, lo que acabaría con todos los escritos del lugar.

Lentamente, fueron recorriendo el largo pasillo, atentos a los libros que reposaban allí. Astaroth leía sus títulos y de cuando en cuando rozaba sus tomos, quitando el polvo que se había acumulado en ellos, eran libros que hace mucho tiempo no se habían abierto. Todos los libros tenían un diseño y contenido diferente. Sin duda, era una gran fuente de conocimiento, aunque no tanto como otras que había visto con sus propios ojos. Por ejemplo, la biblioteca de...
Y entonces, comenzó a recordar, cada vez mas.


-Una vez -dijo Astaroth-, tuve que hacer esta misma misión. Para averiguar su paradero, tuve que encontrar junto a un ejército de mandalorianos una biblioteca privada en Odacer-Faustin, en una academia similar a esta. Era... una biblioteca legendaria, de los tiempos de Darth Scabrous y Darth Drear. -Los recuerdos iban acudiendo a su mente cada vez mas rápido-. Esta también es grande, aunque la otra la superaba.

-¿Encontraste algo allí que te ayudara?

-Sí. Información sobre un truco de los caminantes mentales que te permitía viajar al pasado y ver lo que ocurrió. De ese modo supe donde se encontraba el manuscrito.


Se encontraban ya al final del pasillo. Allí tenían que estar los libros que necesitaba, sin embargo lo único que vio eran libros normales. Paseó la vista por las últimas estanterías, aquellas que daban término al pasillo, y se detuvo en un pequeño cartel que no había visto anteriormente. Se acercó hacia este para leer con mas claridad, sopló el polvo que cubría el aviso y leyó lo que estaba escrito.

-Supongo que esto puede ayudarnos. "Antiguos Señores Sith" -leyó Vozher en voz alta-.

Era un libro grande. Bordeaba las dos mil páginas, y todas ellas tenían información de los señores oscuros y darth de antaño. Lo hojeó rápidamente, intentando dar con "Darth Plagueis", sin embargo la suerte no estuvo de su lado. Comenzó a pasar las páginas mas lento, leyendo cada encabezado, ansiando encontrar el personaje a quien quería estudiar, pero no aparecía. Le tendió el libro al iniciado y siguió avanzando, ahora el solo. Buscó en la estantería; habían copias de libros escritos por Sith, recopilaciones de diarios de guerra, manuales alquímicos, y varios libros mas.

-Cultista, lo he encontrado.

Astaroth se acercó al iniciado y al leer el nombre de quien buscaría el legado, sonrió. Tomó el libro en sus manos, leyó la primera línea con dificultad, luego la segunda... y en la tercera línea aparecía el lugar donde había muerto.

-Coruscant... -dijo Astaroth, pensativo-. Necesito que continues leyendo y me digas todos los lugares donde vivió Plagueis o otros lugares que fueron importantes en su historia. Puede que el holocron se encuentre donde murió, en Coruscant, o en otro lugar.

-Entendido.

-Mañana nos vemos. Y por cierto, tendrás una buena recompensa si es que me ayudas.


Dicho esto, se giró. Tenía pensado regresar a su habitación, a dormir y descansar, hasta recuperarse y volver a estar en forma, pero con la misión que había surgido de un día para otro, le resultaría difícil aislarse y relajarse. Comenzó a caminar, siguiendo el camino que había dejado marcado cuando llegó.

Necesitó ocupar ambos brazos para abrir la puerta. No se imaginó que estuviera tan, tan mal. Pasó, se acercó a la cama, retiró las sábanas y se acostó, sintiendo la comodidad de su dormitorio. Cerró los ojos, al tiempo que bostezaba, y reacomodó la cabeza en la almohada. Se había olvidado de que el lado derecho -nunca dormía mirando hacia allá- tenía un velador, pero ya no podía verlo, pues en la penumbra de su estancia no se notaba nada. Extendió su brazo hacia el para tocarlo, pero en vez de tocar su madera, tocó un cuero. Y entonces, recordó como antes de su pérdida de memoria había aprendido un truco; la psicometría, la habilidad que ocupó en este instante con el manuscrito de Plagueis.


Dos figuras, una notablemente conocida en la ciudad y otra no tan vista aunque tratada con el mismo respeto de su acompañante, avanzaban lentamente por una calle de Coruscant, rodeados de ciudadanos que se apartaban con velocidad cuando se acercaban.

-Llama a los imperiales y aparta a esta gente. Atraeremos la atención si llegamos tarde, y en mis planes no está ser observado por hombres que con una orden llenan el Palacio de sus soldados -susurró el ser de rostro alargado al hombre que iba a su lado-.

Obediente, el mas joven de los dos alzó una mano, y cuando uno de los soldados vio el gesto descolgó el bláster y comenzó a empujar a la gente a la fuerza, mientras que los demás soldados imitaban sus acciones. De modo que poco a poco, la plaza se fue despejando, hasta que solo quedaron unas cuantas personas tan apartadas que no serían un obstáculo por el cual retrasarse.

-Al llegar, necesito que entretengas a esos idiotas mientras yo lo voy a guardar -habló nuevamente el muun-.

-Entiendo, pero ¿por qué mejor no esperamos a que se vayan y lo escondes con mas seguridad? Si es que subes de inmediato, se preguntarán por qué subes tan apresurado. Y sospecharán, y desconfiarán.

-Si es que cumples lo que te he ordenado, es posible que pocos adviertan mi presencia. Sabes de sobra la importancia que tiene este objeto, y no correré el riesgo de que caiga en manos equivocadas.

-Vale. Cambiando de tema, Maestro, estuve pensando en que si sería muy arriesgado... acabar con estos señores. Obviamente, no con disparos dentro del Palacio. Sus guardias acudirían de inmediato, y se formaría una carnicería de la cual me nombrarían responsable, pero con una manera mas sigilosa de la cual nadie estuviera seguro, sería el plan perfecto para... adueñarnos de sus riquezas.

-Veneno. -Hizo un esbozo de sonrisa-. Manda al soldado mas fiel y que vierta el mas letal veneno en 8 copas de los 9 gobernadores. Si queda uno vivo, podría ser culpable. Asegúrate de que las escoltas personales de cada estén retenidos en el palacio, y al primer indicio de rebelión, mátalos a todos. Si nos rinden fidelidad, acéptalos y mándalos al mismo planeta del que vienen para dar la noticia. Tu elegirás al nuevo gobernante, aunque claro, debes saber que... -Se demoró unos segundos-. Esté de nuestro lado.

-Lo sé.


Ya habían terminado de recorrer la plaza; ahora, se encontraban ante una larga calle conformada por largos y anchos edificios por los cuales apenas se filtraba la luz del sol. El gran Palpatine y Hego Damask, caminando ambos en una calle que poco a poco comenzaba a llenarse de nuevo, parecían ser un espectáculo.

En poco tiempo, reaparecieron los soldados. Y desaparecieron los ciudadanos. El camino por el cual llegarían al palacio imperial estaba vacío; en unos minutos mas de caminata, por fin, se vio, alzándose imponente sobre los otros edificios que quedaban pequeños al  lado de tan grande construcción.


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Era ya de noche cuando finalizaron su camino. Al pie del camino que conducía al Palacio Imperial, decidieron tomar una nave, pues soldados clones y de otros planetas (cada uno distinguido por los colores de sus armaduras) impedían el paso, ya que se movían de un lugar a otro, manejaban vehículos y aterrizaban en naves, improvisaban pequeñas torres de vigilancia, e incluso, discutían.

De modo que la nave ascendió hasta alcanzar una perfecta altura para poder sobrevolar la zona sin altercados. La llegada de esos viejos había causado un revuelo importante en la ciudad; todos los ciudadanos sabían que tratarían temas importantes sobre las relaciones comerciales de cada país, y en la noche, visitarían la Casa de las Óperas , cortesía del casi asegurado próximo Canciller Supremo.

Fueron avanzando, contemplando desde arriba los puntos de distintos colores que eran los soldados. Los representadores de cada planeta era posible que estuvieran días allí, en el Palacio Imperial, a la espera de la elección del Canciller Supremo que, quizás podía prolongarse durante varios días o mañana por la mañana estar listo. Palpatine deseaba que la elección fuera lo mas rápido posible.

En pocos minutos, la nave alcanzó el último nivel del grandioso palacio, y allí se mantuvo metros mas arriba de este nivel. Abajo de ellos había un gran orificio en el cual la nave cabía sin problemas; era una entrada para llegar directamente al Salón Principal, donde se encontrarían los visitantes. La nave descendió, y cuando pasó por el hoyo, iniciaron el plan.


-Tendré que recurrir a mis habilidades para pasar. Es casi imposible bajar y no ser detectado, aunque aun así existen las probabilidades de chocar con uno de nuestros invitados, asi que necesito que los reúnas a todos un poco mas apartados -dijo Plagueis al tiempo que la nave aterrizaba-. Por cierto, ¿abajo están las arcas?

-Sí, el piso que viene. Habrán soldados, identificadores, detectores de movimiento, y varias cosas así, pero con ocupar algunos trucos no te complicará nada.

-Bien. Veo que esta visita me quitará un poco de energía.


Palpatine bajó de la nave. Los hombres, algunos gordos y otros viejos, aunque casi todos poco negados a los placeres de sus riquezas, se le acercaron con rapidez. La mayoría sostenía en sus manos una copa. Mientras tanto, Plagueis avanzaba con normalidad, sin ser advertido por los hombres que rodearon a Palpatine para celebrar su casi asegurado triunfo. Cruzó la sala, bajó la escalera, y se encontró con el penúltimo nivel del Palacio; las arcas.

Se encontraba en frente de una gigantesca puerta metálica custodiada por dos soldados clones, ambos armados y sin un ápice de cansancio. Pero aquello no era problema para el. Su cuerpo volvió a la normalidad, dejando de traslucirse y tomando los colores originales, y ocupando nuevamente una técnica, se teletransportó sin problema alguno a los cofres y despensas en donde estarían todas las riquezas y reliquias ahorradas por el Senado.

Sin mas, avanzó por una pared  (sospechaba de que era beskad) en la cual se hallaban varias cajas fuertes incrustadas en el muro (de estas estaba seguro que eran beskad), las cuales contenían los objetos. Pasadas las diez primeras, apareció un cartel que pendía del techo, cuyas palabras en aurebesh eran completamente notables a pesar del tiempo; Dornaurektrillaurekreshiskoskseth. Aquella palabra fue lo que lo llevó a pensar que pasó a la sección de los créditos galácticos, y a sabiendas de que todas las cajas que habían ante el estaban llenas de créditos galácticos, retrocedió unos pasos. Abrió la décima caja fuerte, la anterior a la de los datarios. . Para su sorpresa, no tuvo que poner su huella digital en el identificador ni nada por el estilo; la caja se abrió sola.

Sonriente, metió una de sus manos en su túnica, la sacó con un pequeño objeto y lo depositó en la caja fuerte. Cerró el lugar donde estaba escondido su preciado objeto e intentó abrirla; el cofre metálico no cedía. Todo marchaba correctamente. Sabía que valorado artefacto estaba escondido en un lugar mas que protegido, y también que pronto tendría mas ayuda para extender su dominio con los planetas que poseería. Lo único que desconocía era que, aquella misma noche, el también moriría. A manos de su propio aprendiz.


Al día siguiente, lo primero que hizo fue llamar al iniciado el cual le había ayudado para hablar con el. Para ello, envió a otro iniciado a buscarlo, y en algunos minutos el adepto se presentó en su habitación.

-No hará falta lo que te pedí ayer. Creo que ya sé donde está este... holocron -dijo cuando la puerta se hubo cerrado-. Ayer, la Fuerza me mostró lo que quería saber. Ocupé la psicometría y vi como Plagueis guardaba su holocron en las arcas privadas del Palacio Imperial. -Cuando terminó, Vozher le hizo un gesto al iniciado para que se retirase-.

Mucho mas tarde, cuando la oscuridad absoluta caía en Dromund Kaas, Astaroth decidió hacer una visita a la Estrella de la Muerte. Tenía que ir al Palacio Imperial, que se encontraba en un planeta lleno de clones y Jedi, contrabandistas y mercenarios. Pensó en como y donde podría aterrizar, quien podría ayudarle en el planeta, como poder ubicarse... y por eso, viajó en su nave hacia la residencia de los imperiales, buscando ayuda de uno de los capitanes mas brillantes de la nueva y reconstruida organización.

Para su suerte, el mensaje le llegó rápido al imperial. Una vez aterrizó en uno de los hangares de la Estrella de la Muerte divisó al capitán rodeado de un escuadrón de stormtroopers, como siempre, sosteniendo sus rifles con ambas manos. Abrió las compuertas de su nave y se acercó lentamente al hombre que le prestaría su ayuda.


-Saludos, Capitán -dijo Astaroth observando con atención las construcciones que habían hecho-. Supongo que ya tiene la información que le he pedido.

-Así es. He estado averiguando y ya tengo la información suficiente. Vamos al grano. La Orden Jedi ha abandonado Coruscant, dividiéndose en diferentes planetas. Aunque aun quedan soldados clones y algunos pocos Jedi en ese planeta, y muy pocas plataformas quedan para aterrizar. O que no estén vigiladas, por lo menos.

-¿Cual es una?



-En los niveles bajos de Coruscant, por desgracia. Al otro lado del Palacio. Es la única en la que solamente los ciudadanos ven aterrizar las naves y no soldados clones.

-Y donde planeo aterrizar. ¿Algo mas?

-Pues... nada mas que sea relevante. ¿Necesitas ayuda con algo en Coruscant? ¿Algún soldado con una E-11 ayudándote desde un callejón?

-Necesito tu ayuda, Capitán. Te he dado el pedido hace unas cuantas horas y ya me tienes informado sobre lo mas relevante. No me cabe duda de que también me serás útil si es que llegamos vivos al Palacio. ¿Que me dices?

-No creo que hayan problemas. ¿Cuando partimos?

-Hoy al anochecer -finalizó Vozher con una sonrisa-.


Coruscant

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Observó el planeta Coruscant desde su nave, al tiempo que escuchaba los pasos del capitán a su espalda. Se había pasado varios minutos sentado frente a la ventana, sin mediar la palabra con el imperial, pensando en lo que podría suceder en su búsqueda. En Mygeeto se había roto una pierna y casi perdido a uno de sus soldados; no podía arriesgarse así allí, de modo que iría mucho mas precavido.

-Naves enemigas -oyó de repente Astaroth la voz a su espalda del capitán, quien se dirigía a los droides que manejaban la nave-. O al menos eso parecen.

Era cierto; unas naves se les acercaban por el lado izquierdo, el mismo lado por el cual Astaroth contemplaba la galaxia. Eran unos de 3 puntos grises que se les acercaban a toda velocidad, aunque no parecía que les fueran a atacar. Pero mas vale prevenir que curar, de manera que la nave en la que viajaba el sith se giró en dirección a las naves que se les acercaban. Y, en unos segundos mas, las naves que parecían ser enemigas se voltearon y se fueron.

El capitán se le acercó lentamente por la espalda mientras Astaroth contemplaba como el planeta cada vez se hacía mas grande.


-Piratas, quizás -dijo el capitán, quedándose quieto-.

-O soldados de la República que fueron a buscar apoyo. Es mejor que nos apuremos, no quiero problemas con las naves que rondan por aquí  -respondió Astaroth-.


Pasados los minutos, desde la nave había otra visión; el atardecer del planeta que casi parecía ciudad. El sol que se escondía por el otro lado del planeta anunciaba que la noche estaba cerca.

-Cultista, en unos segundos aterrizaremos -dijo el capitán-. Según veo, todo está despejado.

-Bien. Recuerda las indicaciones. Nada de armas, y si es que ves un peligro, te escondes. Andando.


El cultista había decidido dejar las túnicas negras en su habitación y se había puesto los ropajes de la época en la que era padawan para no atraer tanto la atención de los clones. Con esa vestimenta, podría ocultar su rostro con la capucha que venía, y con los colores pasaría desapercibido en las mareas humanas que a veces habían en Coruscant. Por otro lado, el capitán vestía ropa civil, y ocultaba el cinturón en el cual portaba las blasters con la camisa que llevaba.

Astaroth se puso en pie mientras la nave descendía cada vez mas. Había guardado la espada sith en su cinturón y colocado la capucha en su cabeza cuando finalmente la nave tocó la superficie de Coruscant. Y allí fue donde inició su búsqueda por los secretos y conocimientos de Darth Plagueis, que sin duda, debía poseer para seguir avanzando en su camino como sith.

La compuerta se abrió y el imperial y el sith bajaron de un salto, observando el hermoso paisaje que se extendía frente a ellos, cientos de edificios con los rayos de sol reflejados en sus ventanales, lo cual le daba un aspecto aun mejor. Astaroth miró a su alrededor para asegurarse de que no había peligro cerca mientras el imperial recibía las armas de los droides a su espalda. En pocos segundos mas, oyó los repentinos pasos del capitán, y al mirar a su lado, se lo encontró cara a cara. 

No hizo falta darle indicaciones para tomar el camino correcto. De eso se había encargado en la nave, cuando penetraban lentamente la atmósfera de Coruscant, siempre con la nave a ojos de las naves cuya afiliación desconocía. Finalmente, bajaron de la plataforma de aterrizaje, comenzando a caminar por las pobladas calles de Coruscant, dejando atrás edificios y pasando por oscuros callejones los cuales le servían para ocultarse.


-Como bien sabes, estamos en los niveles mas peligrosos de Coruscant -advirtió el sith a su acompañante-. Por una parte está bien, y por otra, mal. En estos lugares es donde se encuentran contrabandistas y tipos de ese estilo. Puede que los encuentres rivales fáciles, pero no lo son. Llevan años huyendo de la República en este planeta y ya lo conocen como la palma de su mano, y podrían encontrarte con tanta facilidad como uno de sus tiradores te vuela la cabeza mientras corres. Así que, si los ves, no te metas en problemas.

-Meterme en problemas es lo que menos hago -dijo el capitán con cierto tono sarcástico-.


Ahí terminó su corta conversación y siguieron avanzando por un estrecho callejón que estaba situado entre dos grandes rascacielos. Entre las sombras, poco veían, pero después de menos de diez pasos salieron a la luz en otra calle, en la cual ya no habían edificios, si no que pequeñas tiendas lumínicas en la cual se vendían todo tipo de cosas. Allí, en esa calle de comercio, pasaba mas gente que en la anterior calle.

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-Mucha gente por aquí... -comentó el capitán mientras avanzaba-.

-Lo cual es bueno. Nos podremos ocultar si es que vemos algún soldado.


En la mitad del trayecto, el cielo comenzaba a oscurecerse y los carteles de los negocios se tornaban de llamativos colores. Además, la gente por una extraña razón comenzaba a esfumarse; no había la misma cantidad que al comienzo, y los que quedaban, se retiraban a pasos rápidos. Algunos pocos miraban a su alrededor sin saber que pasaba, como hacía Astaroth en esos instantes.

-¿Que pasa? -preguntó Astaroth-.

-Tírate al suelo -respondió el imperial-.


Ambos se tiraron al suelo, como comenzaba a hacer la gente. En pocos segundos, no había ningún ciudadano de pie, ni ninguna cabeza curiosa viendo lo que pasaba.

-Astaroth, mira allí -dijo el imperial y señaló con su dedo índice el final de la calle.

Una nave gris de la República descendía lentamente. Cuando hubo aterrizado, las compuertas se abrieron y de ella bajaron varios soldados clones, todos armados con sus blásters y las grandes armaduras puestas. Comenzaron a caminar entre la gente, registrando los rostros que habían en sus pies.

-No nos reconocerán. A no ser que haya algún Jedi... -dijo Astaroth, y su voz se perdió por las palabras del clon-.

-No está aquí -gritó uno de los soldados a la espalda de Astaroth al que tenía a unos metros de el, que examinaba los rostros de los ciudadanos que se hallaban arrodillados-.

-Pues sigamos buscando -respondió el que repasaba las caras-. Ciudadanos -gritó con voz alta-, vuelvan a sus casas. Si es que ven a un tipo que cause problemas, avísenle al soldado que mas próximo tengan. Esta vez no se trata de un delincuente cualquiera. Ah, y si es que ven a soldados que no tengan nuestras armaduras, reportadlo también. Pueden volver a sus hogares.

-¿Te acuerdas de las naves que en vez de atacarnos se devolvieron? -le susurró Astaroth a su acompañante, con la cabeza baja-. Creo que no me he equivocado en lo que te dije. Es posible que fueran a buscar ayuda para tomarme prisionero y evitar una lucha en la atmósfera, pero cuando volvieron, ya no estaba, y han decidido alertar al planeta.

-¿Por una simple nave de la cual no estaban seguros si eran enemigos o no?

-Cualquier nave que no tenga el símbolo de la República puede ser una amenaza, a no ser que sean comerciantes, gobernadores o visitantes de otras instituciones de otros planetas. Nosotros no éramos ninguno de los últimos, y cuando no vieron ningún signo, decidieron alertar.

-Pero aun no te reconocen, ni a mi tampoco. Nadie excepto ciudadanos ignorantes nos han visto salir de esa nave, y a esta altura, la nave ya debe estar en Dromund Kaas. O destruida, pero que mas da. Hay muchas naves mas en la cual podemos escapar.


Sí, nadie los había visto en esa nave, pero el peligro seguía allí, intacto. En Coruscant tenía mas posibilidades de morir que en Mygeeto. Se levantaron junto a los ciudadanos que quedaban y reanudaron la marcha, aunque esta vez, mucho mas rápido.

En poco tiempo recorrieron la calle completa, torcieron hacia la izquierda y se encontraron en frente de una pequeña plaza. Con varios edificios y tiendas, saturada de gente que compraba allí, era mas que fácil pasar por cualquier ciudadano. La nave de los clones se había retirado hace minutos y por lo visto no había dejado clones que vigilaran esos lares.


-Habrán preferido dejar el grueso de sus fuerzas en el otro lado, donde está lo importante -respondió el capitán cuando Astaroth se lo comentó-.

En el trayecto, rozó el hombro con un joven que vestía ropajes similares a el. Su rostro estaba oculto por una capucha, pero no por eso no sintió la Fuerza en el. Siguió avanzando, ignorando la presencia del padawan que quizás hubiese sentido también su sensibilidad. Minutos después, cuando tuvo una distancia segura del padawan, se detuvo.

-Necesitamos un lugar donde pasar la noche -dijo Astaroth-. Al día siguiente es posible que ya se hayan olvidado de la nave y podremos andar con mayor tranquilidad.

-Vale, ¿pero donde? -El imperial se giró lentamente-.  Aquí no hay lugar. A no ser que descansemos en los callejones, como lo hacen los vagabundos. Es el lugar perfecto; está oscuro y si tenemos suerte, habrán basureros de los cuales podemos sacar la basura mas cómoda y adoptarla como cama.

-¿Y la ropa? ¿Planeas dormir así y al día siguiente tener que soportar tu propio olor, además de atraer la atención de toda la gente? Lo ideal es que ni un ciudadano mudo nos vea. Cualquiera de los que nos rodea ahora mismo nos puede meter en un problema si abre la boca en frente de los clones.

-Por la noche, cuando los mercenarios y contrabandistas salen a hacer su trabajo, la que aparece  es la fuerza de la República, como bien sabes. Pero cuando todo es mas seguro, los que mantienen la paz son unos cuantos droides en sus speeders. Entonces dime, ¿que problema nos harán unos droides que se preguntan por qué la gente se aleja de nosotros? Lo que harán es mirarnos un rato y después se preocuparán por ver si hay algún problema, no por dos vagabundos andrajosos.

-Bien. Sabía que me ayudarías. Andando.


Al final todos los callejones estaban en pésimas condiciones y los seres que vivían ahí no les prestaban refugio, así que no les quedó otra que quedarse en un edificio que parecía pequeño al lado de otros pero era cómodo y el precio de dos camas no era tan caro. La habitación era oscura y cálida, y ambos pudieron descansar bastante aquella noche. Durmieron hasta que amaneció, y se reunieron en el primer piso, donde desayunaron con la vista clavada en los droides de afuera.

-¿Sabes cuanto falta hasta el Palacio? -preguntó aquella mañana el sith-.

-No lo sé. Hemos avanzado poco por los problemas, así que... -respondió y siguió comiendo-.


Pocos segundos después, el imperial fue quien le preguntó.

-¿Como has estado de tu pierna?

-Mejor. Hace unos días hablé con un iniciado en la Academia que me ayudó a recopilar información de Darth Plagueis y me comentó que hubo un devastador ataque que casi termina con la vida de la mitad de la academia, y que en ese momento recibí heridas graves, una en la pierna y un golpe en la cabeza que borró parte de mi memoria. Sinceramente... hay algo que me dice que no fue así, pero que mas da. Ayer estaba caminando con normalidad, pero hoy cuando me levanté sentí algo de dolor.

-¿Y ahora?

-No, ahora no.

-Pues que bien, aunque como esté tu pierna ya casi da igual. Mira allí.


Señaló con su dedo índice por encima del hombro izquierdo de Astaroth. El sith giró su cabeza y miró por encima de su hombro. A través de los ventanales que rodeaban el lugar, se veían dos speeder y dos droides que apresaban a un hombre.

-Ahora o nunca -dijo Astaroth para seguidamente levantarse de la mesa y salir a toda velocidad por la puerta, igualmente de vidrio, seguido por el imperial-.

Ya en la calle avanzaron casi corriendo hacia los speeder. Estaba a corta distancia, así que los alcanzaron en una cuestión de segundos. Astaroth se acercó a ambos droides por la espalda y al extender su brazo, agarró a uno de ellos. Aplicando toda su fuerza, dio un tirón hacia atrás y la máquina quedó a sus pies. Cuando el droide estuvo tirado en el suelo intentando levantarse, bajó ambas manos hacia el y, con las palmas apuntando a su cuerpo, unos rayos de la Fuerza se dirigieron hacia el, lo que terminó con una pequeña explosión a los pies del sith. Mientras tanto, el imperial remataba al droide con los últimos disparos. Cuando terminó, se montaron en los speeders, y andando con toda la velocidad que le permitía el transporte, avanzaron con velocidad por las calles.


Última edición por Drakonianet el Miér Dic 18, 2013 3:16 am, editado 1 vez

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Mensaje por Vozher Miér Dic 18, 2013 2:48 am

Lo continúo.

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