[Roleo de Endor] - Un viaje al pasado

Era un día como cualquiera en el Templo Jedi situado en la boscosa y espesa superficie de Endor. Las variopintas figuras encapuchadas con sus largas y marrones túnicas danzaban por los extensos pasillos del lugar donde ya muchos juraron lealtad. En uno de variados lugares adaptados para la convivencia Jedi, se encontraba el Guardián Dara Vatara, cuyo esmerilado rostro era acariciado por la suave brisa y los húmedos estigmas de las flores. El húmedo césped hacía empapar su traje, sin embargo, no le ponía cuidado a aquello; estaba acostumbrado desde su infancia a lidiar con la humedad, pues su lugar de origen poseía estas características particulares. Mirial, un planeta lejano del borde exterior, lugar que le vio nacer tanto a él como a sus múltiples hermanos y a sus padres. - No sentía esta paz desde hacía muchos años... - Pensaba, mientras sus ojos eran sellados por sus párpados y su cabeza se dejaba caer hacia atrás, irguiéndose hacia las estrellas lejanas. El aún jovial Guardián había regresado hace muy pocos meses a su vida activa como ser de luz, pues se encontraba en el exilio, luego de la caída de su antiguo Templo. Las dificultades ya habían sido superadas y su sentido en la vida fue recuperado; debía dedicar, una vez más, su vida entera a la Nueva Orden Jedi, a la Galaxia y a todo aquel que haya perdido la luz del camino que le guía por la tenebrosa y lóbrega oscuridad. Ante la entrada principal del Templo, en los hermosos y rebosantes jardines de la Plaza Central donde él se encontraba meditando, una figura encapuchada se le acercó de la nada; surgiendo como un antiguo espectro con la intención de corromperle. - Vatara... maldito traidor... has fallado con tu cometido; la oscuridad cada vez más extinta, acabará por envolverte a ti y a todos ustedes... regresaré para acabar con todo y todos... - decía la tenebrosa figura, perteneciente al Dark Sith Lumen Gres. Como si fuese parte de un espejismo, tan pronto apareció la figura, se desvaneció como el humo. Seguida de ella, otra emergía desde las profundidades de la tierra, consumiendo en llamas azules y carmesíes todo a su alrededor. - Lord Biszor... no olvides de donde vienes y porqué estás aquí... Es gracias a nosotros que tu estás vivo; aquel fatídico día cuando todo parecía acabarse, nosotros... tus hermanos... te salvamos de tu propia perdición. Ahora, vas a pagar por todas tus insolencias y herejías... Raudamente, esta segunda figura hizo flotar dos sables  a cada una de sus manos, y en un destello de luz rojo le vió encima suyo; sin posibilidad de moverse...



Entonces despertó. Un gélido sudor recorría su verdosa frente. Sus pestañas estaban empapadas de lágrimas y sudor acorralado. Su agitación se hacía notar, inflando su diafragma una y otra vez, pareciendo no detenerse. Sostenía con fuerza las túnicas que le cubrían y miraba con menester la ventana entrecerrada por las persianas, que formaban líneas rectas de luz en su rostro fatigado. Odiaba las pesadillas. Aprendió a lidiar con ese odio y a aceptarlo, dejando que no le domine... esta vez le dominó. Rompió con su serenidad interior; la tormenta le atrapaba, salir de ahí no lograba. De pronto e improvisto una puerta se abrió tras de sí. Una figura índigo se le acercaba, poniendo su mano derecha en su hombro. Entonces sintió una paz súmamente familiar; paz que había logrado únicamente reuniéndose con su familia. Nubes, nubes negras, blancas, carmesíes e índigas; era lo único que conseguía ver. Sus ojos se tornaban cual esferas de energía, no lograba fijar la mirada. Brazos, piernas, pecho, cabeza; todas comenzaron a fallarle, a debilitarse... a caer. Las almohadas amortiguaron su teatral caída... Oscuridad. Descendió al averno.