[ROLEO DE ARKANIA] Crónica

por Defiance Sáb Oct 05, 2013 11:21 am

CHRONICLE

La comitiva, compuesta por dos mujeres y un hombre, avanzaba por el camino a lomos de banthas. Portaban ropas caras, propias de cualquier persona que es o ha sido importante dentro de una jerarquía. No hablaban, pues ninguno tenía ganas de hacerlo en realidad.
Entonces escucharon algo delante de ellos. Algo que provenía de entre los árboles. Inmediatamente, todos llevaron sus manos a las armas que portaban más cercanas a sí mismos.
Esperaron pacientemente unos instantes, hasta que apareció. Un hombre se cruzó en su camino, a unos quince metros. Tendría poco más de veinte años, el pelo negro ondulado y los ojos azules. Se paró frente a ellos, de perfil. Saltaba a la vista que estaba débil, por la postura, y sobre todo por las heridas que se apreciaban en sus brazos. Giró la cabeza hacia el grupo de tres... y después se desplomó.
Se miraron entre ellos, dudosos.

Alderaan. Siendo testigo y principal víctima de uno de los mayores asedios de los Sith, se vio desentendida de cualquier academia o base militar relacionada con la Orden Jedi. Cientos, tal vez miles de caballeros Jedi murieron por defender el planeta, en vano. Hoy es territorio de los Sith, aunque hay pequeños poblados que intentan rehacer su mundo. El mundo en el que se criaron. Las visitas de los Sith no son muy comunes por allí, y cuando aparecen por allí suelen hacerlo en pequeños grupos que van únicamente a inspeccionar. Ellos prefieren Korriban. Aquella roca desértica carente de vida civilizada es y será su hogar otros mil años. Y mientras estén allí, mientras su Emperador resida allí, serán intocables.

Su nombre era Saevin. Debía de tener unos nueve años. Su pelo negro y desordenado creaba formas onduladas por la cantidad de remolinos que tenía. Portaba unas túnicas de un marrón muy pálido, no demasiado largas. Lo suficiente para que, por su estatura, no le impidiesen caminar.
Estaba sentado en una pequeña roca, apartado un par de kilómetros de donde se asentaba su aldea. Le gustaba ir por allí a pasear, investigar por su cuenta... o simplemente a pensar. Criarse sin un padre que a veces te reprenda algunos actos y te coloque en el buen camino es duro. Él no había heredado su sentido del honor. Su padre murió luchando contra los Sith, lo cual le hace odiarlos. Pero en su interior también odia a la Orden Jedi. Usaron a los Caballeros como peones que se sacrificasen por darles otra oportunidad a unos pocos hombres de buena posición dentro del gobierno.

Escuchó que alguien se aproximaba por el bosque. De entre los árboles y las hojas, no tardaron mucho en salir dos muchachos que él conocía bien. Vivían en su aldea, pero también los odiaba. Eran estúpidos y arrogantes. Uno de ellos, el más mayor, se acercó a él con su habitual sonrisa desdeñosa. Sólo sería un par de años más mayor que él, pero era ancho de cinturas, lo cual le hacía aparentar más.

-¡Saevin! Qué raro verte por aquí tan solo-comentó con ironía.

Se puso en pie y se alejó un poco de él. No quería estar cerca, ni si quiera quería que él permaneciese allí un segundo más. Quería estar solo, como de costumbre.

-¿Por qué te alejas? Sólo queremos hablar contigo.

Intentó de nuevo acercarse a Saevin, y, esta vez para evitar otra reacción del muchacho, le pasó la mano por detrás del cuello, reteniéndolo contra sí mismo.

-Suéltame...

-¿Qué? No te he oído.

-He dicho que me sueltes.

Rió muy chulo, sin separarlo de él.

-¿Tú también eres un cobarde? ¿Igual que tu padre?

Empujó a Saevin contra el suelo y éste cayó con estrépito. Desde ahí abajo, alzó un poco la cabeza hacia su agresor, furioso. Su mirada azul se clavó en la de él, y por un momento hasta se sintió intimidado, pero trató de reprimirlo.

-No te atrevas a mencionar a mi padre...-decía, mientras se ponía en pie de nuevo-

-Es cierto. No merece ser mencionado. Me alegro de que se esté pudriendo en estos momentos.

-¡CÁLLATE!

Los ojos de Saevin se iluminaron. Era la muestra física más evidente de que se estaba desatando de él algo que no podía controlar. Movido por la ira, la rabia y la furia, y muy probablemente de manera inconsciente, recubrió su cuerpo de unos rayos de color rojo.
Los ojos del otro se abrieron mucho, sin llegar a asimilar todavía lo que veía. Pero no vio nada más que eso.

...

La lluvia caía incesante sobre el monte. Sobre una roca, un cuerpo pequeño yacía bajo una túnica de color marrón pálido. Se podía escuchar el llanto que provenía del interior de las ropas.

La sombra, esbelta, elegante y recubierta de ropas negras se acercó, ignorando por completo la lluvia. Se quedó a escasos centímetros de Saevin, retirándole la túnica de encima.

Lo que vio, a pesar de su experiencia, lo dejó sin aliento un instante.

El pequeño cuerpo del muchacho se encontraba lleno de quemaduras y heridas, provocadas por los rayos que, sin saber cómo, había generado horas antes.
Saevin levantó la cabeza. Ante él se erguía un hombre de no más de cuarenta años aparentes, sin mucha barba, ojos ambarinos y larga melena negra. Dedujo que era un Sith por el porte petulante que traía, además de la insignia que portaba en la parte derecha de su pecho. La voz del hombre sonó calmada pero a la vez intensa.

-He visto lo que te han hecho-dijo mientras se colocaba en cuclillas, para mirarle a los ojos.

El llanto de Saevin no cesaba. Escuchaba lo que aquel hombre le decía, pero por dentro se seguía sintiendo culpable.

-Les... les he matado...

-No. Les has dado su merecido-hizo una pausa de varios segundos- Para ellos eres un extraño. Un monstruo. Saben lo que hay dentro de ti, y por eso te marginan.

-¿Dentro de mí...?

-Dentro de ti hay una bestia indómita que poco a poco se libra de sus cadenas. Puedes pactar con ella o intentar retenerla. Pero no siempre la podrás encerrar.

-Yo no quiero ser una bestia para ellos...

El Sith apoyó su mano sobre el hombro de Saevin, entendiendo su posición.

-Si no te respetan como a un hombre, que te teman como a una bestia.