[Roleo de Primus Goluud] Vehemency
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[Roleo de Primus Goluud] Vehemency
Capítulo 1: Maniobra
Las prácticas, clases, entrenamientos y pruebas habían transcurrido como de costumbre, aunque para él resultaron eternas. Todo ocurría sumamente lento, sus compañeros, los maestros y miembros de la Orden lucían como meras sombras desplazándose a su alrededor, como si un fenómeno espacio-temporal generado por la insidiosa mente de alguna deidad poseyera sus días. Las murallas de Primus Goluud habían sido destruidas durante el último ataque de la República, los laberínticos pasillos de la fortaleza flaqueaban desmoronándose ante el más mínimo roce, la desolación se había apoderado de la academia; se sentía impotente.
Los resultados de la batalla fueron inconcebibles —cómo era posible, pues, que la supremacía de los Sith se viera amenazada por tal insurgencia. Optó por no resignarse, repudió la debilidad, el objetivo tenía que ser cumplido: los Jedi debían padecer el escarnio nuevamente y perecer ante el puño del Imperio—, las sesiones de entrenamiento habían aumentado en intensidad y frecuencia, oía rumores, pronto sería puesto a prueba y los lores deliberarían al respecto. Se produjo un incremento en el número de iniciados, veía rostros nuevos cada día, jóvenes provenientes de todos los rincones de la galaxia, la competitividad se batía con la ansiedad por encabezar la lista de motivos que generaban tensión en el ambiente; en definitiva, las injurias producidas por los republicanos estaban siendo subsanadas, el ajetreo tenía su motivo: preparar a los próximos adeptos del lado oscuro —y en definitiva, estaba dispuesto a exigirse lo que fuera necesario y más allá para promover el avance—.
El conjunto de novicios se movía en masa, una nueva área de entrenamiento intensivo había sido inaugurada para compensar de manera individual la falta de preparación, la llamaban «EIS». El lugar se trataba de un campo de un kilómetro aproximadamente, compuesto por múltiples columnas de duracero, incluía cilindros con látigos rotatorios, pesas en movimiento para los ejercicios que requerían el uso de la fuerza y áreas diseñadas tecnológicamente con equipo droide para la práctica con sables de luz —por lo visto, el consejo había tomado las previsiones justas para que el déficit en el poder bélico cayera en picada—, pensó. Detrás de la multitud de novatos, una figura se erguía de manera solemne: el maestro Askreh Logeish, un caamasi de alta estatura y facciones enjutas que portaba la túnica negra que identifica a los individuos de su rango.
—A partir de ahora se hará uso de la zona EIS de forma obligatoria—, dictó. Nadie dijo una sola palabra, el silencio era sepulcral sobre la superficie metálica que comprendía la extensión del suelo; la realidad era que, internamente, los iniciados debatían con su superyó para decidir si dar o no el primer paso. Tarde o temprano alguien tendría que tomar la iniciativa o en su defecto el instructor haría un señalamiento sin dar lugar a negativas, no se creía lo suficientemente hábil como para proponerse como sujeto —la verdad es que estaba seguro de ello—, pero ignorando la sensación de que las miradas de todos los presentes se clavaban en su nuca, dio un paso al frente. La individualidad era lo único que sería tomado en cuenta, le era claro. Al final de todo, las máquinas, los droides e inclusive la imponente mirada del maestro se convirtieron en nada ante la adrenalínica idea de superar a sus iguales, su ritmo cardíaco se había acelerado y se esforzaba por regular el tempo en el que los pulmones se le expandían y contraían a medida que respiraba.
—Adelante —ordenó Askreh, entornando los ojos para visualizar al iniciado que se disponía a correr entre las dos primeras columnas de más de cuatro metros de altura cada una.
Blandió su sable de entrenamiento al ingresar por el estrecho y férreo sendero, agudizando sus sentidos para advertir que las paredes que cercaron su entrada empezaban a fraccionarse, compactándose las unas con las otras a su paso. Hizo uso de la velocidad de la fuerza, ralentizando la escena y dándole tiempo a zafarse del inminente aplastamiento que por poco comprime su pierna derecha. Frente a él una horrorosa imagen se había proyectado: las paredes se estaban cerrando no únicamente a sus espaldas, sino también en el camino al que se dirigía —saltar—, pensó, y acto seguido tomó impulso flexionando las rodillas para catapultarse por los aires; giró una, dos, tres, cuatro veces —logró detallar desde la altura el delgado camino que conformaban las paredes al estrellarse las unas contra las otras— y se dejó caer de pie.
Recorrió adelantando un pie después del otro para percatarse de que las paredes se separaban, extendió los brazos a ambos lados para equilibrar su peso —el sudor recorría su rostro y caía al suelo resbalándose en gotas por su barbilla y nariz a medida que avanzaba—. Al llegar al final escuchó el zumbido de un objeto relativamente pequeño pasando cerca del costado izquierdo de su cabeza —no era la primera vez que se enfrentaba a droides de entrenamiento—, saltó en el aire propulsado por la fuerza y alteró la gravedad para suspenderse por encima del nivel del droide, acto seguido, salió disparado cual rayo de protones hacia uno de ellos —esférico, con una abertura en el centro de la circunferencia que emitía una luz roja: el cañón láser—. Encendiendo el sable láser, desvió uno de los disparos hacia el droide que, al ser impactado, estalló, y apoyó la planta de los pies de forma paralela al mural para impulsarse hacia arriba con ayuda de la fuerza; su pie resbaló y por un momento estuvo completamente seguro de que iba a morir —era una caída de cuatro metros y, como si fuera poco, las paredes internas seguían en funcionamiento—, en fracciones de segundo realizó un movimiento lateral, perforando el duracero con la ignición que derritió lentamente el material hasta que la hoja se quedó clavada en ella.
Desde el extremo del campo, el colectivo de iniciados murmuraba entre sí, el maestro asentía con la cabeza, acompañado por un nuevo hombre que le costó reconocer: el maestro Malakir, un hombre alto de gesto pétreo acompañado por una larga melena color rojo ceniza que sujetaba en una cola —formaba parte del grupo de erudición de la academia, sabía de sobra que los Sith como él dedicaban todo su tiempo a estudiar e investigar los fenómenos de la fuerza y las antiquísimas artes de los antepasados, así que sólo lo había visto en una ocasión o dos—. La imagen de Malakir lo perturbó un poco, no mostraba atisbo de interés en el entrenamiento, de hecho, le daba la impresión de que ni siquiera estaba observando lo que hacía; era algo más allá, como si su mirada viera a través del cuerpo que, cayó en cuenta, no era nada más que un saco de carne y huesos, filtrándose en los lugares más recónditos de su interior y sumiéndolo en un completo ensimismamiento.
Continuará...
Las prácticas, clases, entrenamientos y pruebas habían transcurrido como de costumbre, aunque para él resultaron eternas. Todo ocurría sumamente lento, sus compañeros, los maestros y miembros de la Orden lucían como meras sombras desplazándose a su alrededor, como si un fenómeno espacio-temporal generado por la insidiosa mente de alguna deidad poseyera sus días. Las murallas de Primus Goluud habían sido destruidas durante el último ataque de la República, los laberínticos pasillos de la fortaleza flaqueaban desmoronándose ante el más mínimo roce, la desolación se había apoderado de la academia; se sentía impotente.
Los resultados de la batalla fueron inconcebibles —cómo era posible, pues, que la supremacía de los Sith se viera amenazada por tal insurgencia. Optó por no resignarse, repudió la debilidad, el objetivo tenía que ser cumplido: los Jedi debían padecer el escarnio nuevamente y perecer ante el puño del Imperio—, las sesiones de entrenamiento habían aumentado en intensidad y frecuencia, oía rumores, pronto sería puesto a prueba y los lores deliberarían al respecto. Se produjo un incremento en el número de iniciados, veía rostros nuevos cada día, jóvenes provenientes de todos los rincones de la galaxia, la competitividad se batía con la ansiedad por encabezar la lista de motivos que generaban tensión en el ambiente; en definitiva, las injurias producidas por los republicanos estaban siendo subsanadas, el ajetreo tenía su motivo: preparar a los próximos adeptos del lado oscuro —y en definitiva, estaba dispuesto a exigirse lo que fuera necesario y más allá para promover el avance—.
El conjunto de novicios se movía en masa, una nueva área de entrenamiento intensivo había sido inaugurada para compensar de manera individual la falta de preparación, la llamaban «EIS». El lugar se trataba de un campo de un kilómetro aproximadamente, compuesto por múltiples columnas de duracero, incluía cilindros con látigos rotatorios, pesas en movimiento para los ejercicios que requerían el uso de la fuerza y áreas diseñadas tecnológicamente con equipo droide para la práctica con sables de luz —por lo visto, el consejo había tomado las previsiones justas para que el déficit en el poder bélico cayera en picada—, pensó. Detrás de la multitud de novatos, una figura se erguía de manera solemne: el maestro Askreh Logeish, un caamasi de alta estatura y facciones enjutas que portaba la túnica negra que identifica a los individuos de su rango.
—A partir de ahora se hará uso de la zona EIS de forma obligatoria—, dictó. Nadie dijo una sola palabra, el silencio era sepulcral sobre la superficie metálica que comprendía la extensión del suelo; la realidad era que, internamente, los iniciados debatían con su superyó para decidir si dar o no el primer paso. Tarde o temprano alguien tendría que tomar la iniciativa o en su defecto el instructor haría un señalamiento sin dar lugar a negativas, no se creía lo suficientemente hábil como para proponerse como sujeto —la verdad es que estaba seguro de ello—, pero ignorando la sensación de que las miradas de todos los presentes se clavaban en su nuca, dio un paso al frente. La individualidad era lo único que sería tomado en cuenta, le era claro. Al final de todo, las máquinas, los droides e inclusive la imponente mirada del maestro se convirtieron en nada ante la adrenalínica idea de superar a sus iguales, su ritmo cardíaco se había acelerado y se esforzaba por regular el tempo en el que los pulmones se le expandían y contraían a medida que respiraba.
—Adelante —ordenó Askreh, entornando los ojos para visualizar al iniciado que se disponía a correr entre las dos primeras columnas de más de cuatro metros de altura cada una.
Blandió su sable de entrenamiento al ingresar por el estrecho y férreo sendero, agudizando sus sentidos para advertir que las paredes que cercaron su entrada empezaban a fraccionarse, compactándose las unas con las otras a su paso. Hizo uso de la velocidad de la fuerza, ralentizando la escena y dándole tiempo a zafarse del inminente aplastamiento que por poco comprime su pierna derecha. Frente a él una horrorosa imagen se había proyectado: las paredes se estaban cerrando no únicamente a sus espaldas, sino también en el camino al que se dirigía —saltar—, pensó, y acto seguido tomó impulso flexionando las rodillas para catapultarse por los aires; giró una, dos, tres, cuatro veces —logró detallar desde la altura el delgado camino que conformaban las paredes al estrellarse las unas contra las otras— y se dejó caer de pie.
Recorrió adelantando un pie después del otro para percatarse de que las paredes se separaban, extendió los brazos a ambos lados para equilibrar su peso —el sudor recorría su rostro y caía al suelo resbalándose en gotas por su barbilla y nariz a medida que avanzaba—. Al llegar al final escuchó el zumbido de un objeto relativamente pequeño pasando cerca del costado izquierdo de su cabeza —no era la primera vez que se enfrentaba a droides de entrenamiento—, saltó en el aire propulsado por la fuerza y alteró la gravedad para suspenderse por encima del nivel del droide, acto seguido, salió disparado cual rayo de protones hacia uno de ellos —esférico, con una abertura en el centro de la circunferencia que emitía una luz roja: el cañón láser—. Encendiendo el sable láser, desvió uno de los disparos hacia el droide que, al ser impactado, estalló, y apoyó la planta de los pies de forma paralela al mural para impulsarse hacia arriba con ayuda de la fuerza; su pie resbaló y por un momento estuvo completamente seguro de que iba a morir —era una caída de cuatro metros y, como si fuera poco, las paredes internas seguían en funcionamiento—, en fracciones de segundo realizó un movimiento lateral, perforando el duracero con la ignición que derritió lentamente el material hasta que la hoja se quedó clavada en ella.
Desde el extremo del campo, el colectivo de iniciados murmuraba entre sí, el maestro asentía con la cabeza, acompañado por un nuevo hombre que le costó reconocer: el maestro Malakir, un hombre alto de gesto pétreo acompañado por una larga melena color rojo ceniza que sujetaba en una cola —formaba parte del grupo de erudición de la academia, sabía de sobra que los Sith como él dedicaban todo su tiempo a estudiar e investigar los fenómenos de la fuerza y las antiquísimas artes de los antepasados, así que sólo lo había visto en una ocasión o dos—. La imagen de Malakir lo perturbó un poco, no mostraba atisbo de interés en el entrenamiento, de hecho, le daba la impresión de que ni siquiera estaba observando lo que hacía; era algo más allá, como si su mirada viera a través del cuerpo que, cayó en cuenta, no era nada más que un saco de carne y huesos, filtrándose en los lugares más recónditos de su interior y sumiéndolo en un completo ensimismamiento.
Continuará...
Darth Vehement- Mensajes : 66
Fecha de inscripción : 25/08/2014
Edad : 28
Re: [Roleo de Primus Goluud] Vehemency
Me gusta, en especial la parte en que devuelves un disparo en movimiento; desde pequeño que tengo esa imagen en la cabeza y me haz hecho pasar un buen rato recordando cuando me creía Jedi.
Felline- Mensajes : 900
Fecha de inscripción : 22/10/2012
Localización : Cajita de arena.
Re: [Roleo de Primus Goluud] Vehemency
Me encanta su forma de hacer roleos.
Seguiré este y el de Kimble de cerca!
Seguiré este y el de Kimble de cerca!
Sex Pistols- Mensajes : 145
Fecha de inscripción : 27/07/2014
Edad : 26
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