[Roleo] Dos viejos amigos.

Una figura tapada con una túnica negra esperaba en la base superior de una columna. A su alrededor había un antiguo campo de batalla, ahora destrozado y olvidado en las ruinas de aquel oscuro planeta. Se mantenía agazapado, observando atentamente, pero con los ojos cerrados. Parecía que no era necesario que los abriese para percibir a otro ser por allí. De pronto, esta misteriosa figura levanta la cabeza. Ante él, metros más abajo en el suelo de la arena del antiguo campo de batalla, se encontraba un muchacho de unos treinta años. Vestía con una túnica marrón, y con un pantalón abierto y cómodo. La figura negra sonríe para sus adentros.[/i]

-¿Qué es lo que quieres?-dijo el recién llegado-Pensé que estabas muerto, Domivet.

Domivet descendió lentamente, levitando, desde su columna hasta la arena de batalla. Su cara estaba tapada por lo que parecía ser un casco.

-Hace tiempo que no escuchaba mi nombre.-dijo Domivet, con una voz suave-Me alegra que seas tú quien lo pronuncie, Amlan. Mi viejo amigo...
-Yo no soy tu amigo-cortó Amlan, con un tono serio-
Domivet se mantenía de pie, aparentemente con los músculos relajados, en una posición medio flexionada. Pero la posición engañaba. Sus músculos realmente estaban tensos, a la espera de cualquier movimiento. Suyo o de su oponente.
Amlan observaba aquello con desconfianza. Conocía bien a Domivet, había sido su compañero en Ossus, cuando ambos eran Jedi. Pero algo hizo cambiar de opinión a Domivet, que sin más desapareció.

-Veo que todavía me guardas rencor. Pero no creo que dure mucho. Hoy vengo a proponerte algo: únete a mí.
-Ja, ja, ja-rió Amlan-Yo jamás cederé al Lado Oscuro.
-Me incomoda tu falta de madurez. Ahora eres todo un maestro. Sí, un maestro Jedi de un importante planeta, de una importante academia.
-Mi falta de madurez no es mayor que la falta de razón de tus palabras. Estoy hecho completamente de luz...-Amlan hizo una pequeña pausa- Y nadie podrá cambiar eso.
Domivet, sin pensarlo dos veces, deslizó su sable láser de luz roja, lo encendió y lo echó a un lado. Con este movimiento, también su túnica se echó a un lado, y se dejó ondear por el viento creando sombras desconcertantes en el suelo. Amlan repitiendo la acción de su oponente, deslizó su sable y lo encendió.
-Ese es el error, Amlan. Percibo mucho poder dentro de ti. Pero la luz no es más que algo pasajero. La luz te da un poder falso que acabará por destruirte... En cambio yo, embalsamado en el Lado Oscuro permaneceré así durante muchos años más. El Lado Oscuro me da más de lo que la luz jamás podría llegar a ofrecerte. Ahora mismo la conexión con la fuerza que percibe sólo mi sable es mayor que la que puede percibir cualquier Maestro Jedi.
-Bien, pues entonces tendré que destruirte a ti, y a ese sable láser.-Decía Amlan, mientras con un rápido movimiento se colocaba en posición de ataque.
La figura negra observaba a aquel muchacho aún joven. Su cara, ausente de barba pero abundante de pelo en la cabeza acompañaba a unos ojos que encendían la chispa de la curiosidad en Domivet.
Amlan corrió rápidamente hacia su rival, y se movió hacia la izquierda, pero atacó por la derecha. Domivet conocía bien ese ataque, y también su defensa, así que girando su cuerpo y agachándose bloqueó con su sable el del Jedi. Domivet no iba a permitir que Amlan tomase la iniciativa, así que sin dudarlo lanzó un corte horizontal al pecho de Amlan, sin éxito. Un rápido movimiento de Amlan evitó que el sable de su oponente perforase su piel. Hubo una pequeña pausa, como si los dos luchadores tratasen de leerse el pensamiento. Durante un par de minutos, la batalla era un tanteo. Uno atacaba, el otro defendía, y el que defendía atacaba, para que el otro defendiese y atacase nuevamente. Aunque la batalla estuvo igualada, se percibía una leve superioridad en el hombre de la túnica negra. Sus movimientos eran más precisos y más rápidos. Después de casi treinta minutos de batalla, ambos luchadores quedaron a cinco metros, el uno del otro, mirándose y tomando aire un momento. No hubo la más mínima palabra. Amlan corrió hacia Domivet, y Domivet hacia Amlan. Ambos estaban hartos, y parecían decididos a poner fin a esa pelea que no parecía inclinarse hacia ninguno de los dos con claridad. Amlan ejecutó un corte al cuello de Domivet, el cual rápidamente bloqueó su sable y lo apartó hacia un lado, dejando el cuerpo del Jedi descubierto. Domivet posó su mano tapada por un guante negro en el pecho de Amlan, y éste salió despedido hacia atrás por unos rayos que emergían del cuerpo de Domivet. Amlan cayó varios metros atrás, de espaldas, y se quedó tumbado en el suelo. Su sable de color verde estaba a apenas un metro de él. Tenía que recuperarlo como fuese. Extendió la mano hacia él, pero cuando quiso atraerlo con la fuerza, algo lo aplastó súbitamente. Era el pie de su enemigo. El de negro extendió su mano hacia el perdedor, y lo inmovilizó mediante la fuerza.
-Al final has caído, Amlan. Ahora pagarás duramente tu error.
-Adelante, mátame. No tengo miedo a la muerte...-decía Amlan, respirando entrecortadamente-
-No seré tan estúpido.-La voz de Domivet sonaba desnuda de sentimientos- No te atacaré a ti, físicamente...
Amlan abrió más los ojos, y Domivet echó a reír en una risa diabólica.
-Domivet... si te acercas a ella te juro que te mataré...
-Como consecuencia de tu insensatez, mi castigo será severo y mi mano implacable. Arremeteré contra ella sin ningún tipo de piedad. Me has hecho enfurecer, débil maestro.
En ese momento, Domivet movió la mano hacia la derecha, impulsando el cuerpo de su enemigo contra una roca y haciéndole golpearse contra ésta.
-¡¡DOMIVET, NO!!-Amlan se levantó como pudo después del cansancio y aquel tremendo golpe, pero cuando quiso mirar al que iba a ser el asesino de su hija, el único motivo de su vida, ya no se encontraba allí...


Mientras tanto, en Ossus, el cielo se volvía grisáceo. Una pequeña niña jugaba inocentemente en un bosque. Lo que no sabía, es que a pocos metros de ella, una figura negra se agazapaba en la rama de un árbol, con un destello de calculador interés en sus ojos...

*Aplausos*

Gran roleo

Quería saber si mataba a la hija de Amlan,Buen suspenso,Felicitaciones buen roleo

Domivet observaba a la chica atentamente, esperando el momento preciso para actuar. Se llamaba Enya, y jugaba alegremente a perseguir mariposas. Domivet se retiró el casco, aún en la rama, pensó que quizá eso asustaría a la pequeña, y no estaba dispuesto a perseguirla, porque de ser así debería de matarla antes de que diese la voz de alarma. Su pelo negro como el ala de un cuervo, y extendido hacia atrás acabado en puntas se dejó llevar por el viento local. Saltó de la rama, en cuanto que vio a la muchacha perderse del grupo de sus amigas, aún absorta en su misión de atrapar a la mariposa. La niña por fin la vio pararse en una hoja de un arbusto. Enya se agachó y extendió la mano hacia la mariposa, que movida por algo salió disparada hacia delante. La niña agachó la cabeza, decepcionada por su mala actuación. Hacía poco que estaba aprendiendo a usar la fuerza, y pese a que aún era torpe tenía un gran futuro por delante, lo llevaba en la sangre. Y Domivet sabía eso. Su madre murió hace cuatro años, cuando ella tenía seis, y desde aquel momento se prometió a sí misma que sería una gran Jedi que pondría fin a la guerra. La niña permaneció unos segundos con la cabeza agachada, y cuando la levantó se asustó y se echó hacia atrás. La niña observó a aquel muchacho, que no tendría más de veinte años. Sus ojos azules la miraban atentamente, y Enya no pudo evitar apartar la vista un momento. A pesar de tener diez años, su padre la había hablado muchas veces de los Sith y de sus intenciones con respecto a la república. Pero aún era joven. Ella pensaba que si los Sith atacaban a Ossus, vendrían muchos, y además, aquel muchacho no parecía del todo peligroso. Domivet sonrió plácidamente, lo cual hizo a la niña calmarse. Domivet se fijó rápidamente en los ojos de la niña.

-Tienes unos ojos verdes muy bonitos.-Domivet mantenía la sonrisa-

La niña lo miraba con cierta desconfianza, pero ante aquel cumplido sonrío y se sonrojó un momento.

-Gra... gracias. Tú también.

La muchacha estaba muy confusa. Miraba a aquel chico, que la inspiraba algo cercano, amable, algo que la decía que podía confiar en él. Pero el hecho de ir vestido con una túnica negra no la calmaba del todo. Sentía algo extraño dentro de su ser... atracción, repulsión, atracción, repulsión.

-¿Cómo te llamas?-Domivet conocía perfectamente su nombre. Él, como asesino, nunca atacaba a alguien sin conocerlo bien. Pero llamarla por su nombre quizás podría asustarla.

-Me llamo Enya...-la niña dudaba al hablar, pero de nuevo esa sonrisa agradable la hizo ceder-

-Un nombre también muy bonito. Oye, Enya... te he visto perseguir una mariposa, y como me encantan pues...-Domivet sabía que a ella le fascinaban.

-¡¿Sí?! ¡A mí también!-La muchacha sonrió-

-Oh, qué casualidad. Podríamos vernos hoy por la tarde... aquí.

La muchacha se echó un momento hacia atrás. Como a cualquier niño, la habían enseñado que no estaba bien hablar con desconocidos.

-No te preocupes, soy amigo de tu padre. Amlan llegará hoy, y cuando vuelva posiblemente estará cansado. Dile que te has ido con tus amigas a buscar flores, y cuando volvamos a casa le daremos una sorpresa. ¿Te parece bien?-Domivet sonrió ampliamente-

-Pero es que no sé...

-Oh, vamos... por favor. Seguro que nos lo pasaremos bien. Llevo mucho tiempo sin ver a tu padre, y creo que le gustaría volver a verme. Fui un antiguo compañero suyo aquí, en Ossus.

-Bueno... está bien. Nos reuniremos aquí, junto a este árbol-dijo Enya, apoyando la mano en un árbol que estaba a apenas unos centímetros de ella.

Domivet asintió, y sonrío para sus adentros. Enya se apresuró a ir a su casa, y Domivet simplemente se ocultó hasta la hora en la que había quedado con la pequeña niña.


Amlan entró a su casa, envuelto en furia, esperando encontrar a su pequeña muerta... y a Domivet junto a ella, con esa sonrisa burlona que tenía siempre. Aquel pensamiento le rondaba la cabeza hacía ya rato, y se juró a sí mismo que lo mataría lentamente. Intentó recordarse una y otra vez quién era él, que a pesar de lo que pudiese encontrarse no debía de caer jamás en el Lado Oscuro. Entonces, entró en la habitación de Enya y... la pequeña niña estaba sentada junto a su casa, mirando tranquilamente por la ventana. En ese momento, Amlan se llenó de ilusión por dentro. Quizás Domivet hubiese tenido problemas, porque de no ser así, sabiendo que es un asesino, Enya ya debería de estar muerta.

-Hola papi.-dijo sin más la niña-

Amlan se apresuró a acercarse a ella para abrazarla. La niña se dejó sin más. Amlan jadeaba, y entonces supo que lo que decía el desconocido era verdad, su padre cuando volviese estaría cansado. Pero Amlan no jadeaba de cansancio, sino de furia. Pensó que lo mejor sería relajarse un poco, así que se dirigió hacia un pequeño jardín que usaba habitualmente para meditar, y se sentó allí, con los ojos cerrados. Un rato después, su hija asomó la cabeza por el lugar.

-Papá, he quedado con unas amigas para ir a buscar flores.

-Estupendo hija, ve con cuidado.

Amlan sabía de sobra que por donde solía salir con sus amigas había mucha vigilancia. Y que seguramente estaría mejor por ahí, que en su casa, donde Domivet podría localizarles fácilmente. Pasaron aproximadamente cuarenta minutos, cuando una muchachita de la edad de Enya asomó la cabeza por el jardín de meditación.

-Disculpe... maestro. ¿Puede salir Enya a jugar con nosotras?-Preguntó la muchacha timidamente-

-Pero si Enya está con...-En ese momento, Amlan abrió los ojos como si le hubiesen sacado el corazón.

Ahora lo entendía. Enya no había ido a por flores con sus amigas. Debía de haberlo supuesto. Se sentía estúpido, había dejado que su hija se fuese con aquel malnacido...
Como una furia, Amlan salió de su casa y se montó en un vehículo que se propulsaba que no tocaba el suelo. Se mantenía a ras de éste, mediante unos propulsores de alta potencia. Como una exalación, fue rápidamente al monte donde... donde... donde murió su mujer, y la madre de su hija. Era un escenario perfecto para Domivet. Le encantaban este tipo de juegos.

La niña lloraba, pero no podía gritar. Estaba atada y amordazada.

-Deberías de haber hecho caso a las enseñanzas de tu papi.

La niña se llamó a sí misma idiota mil y una veces, odiando a muerte a aquel muchacho. Amlan llegó apenas unos minutos más tarde.

-¡Domivet, déjala en paz!

-No.-Fue la única respuesta de Domivet-

-¡Esto está entre tú y yo, maldita sea! ¡Ella no tiene culpa!

-Ah... pero no te preocupes por ella, Amlan. El código dice que no existe la muerte, que existe la fuerza.-Domivet echó a reír.

-¡Te juro que te mataré, Domivet!-En ese momento, Amlan deslizó y encendió su sable láser verde, a una velocidad increíblemente rápida-

Domivet no estaba ni mucho menos asustado, todo estaba saliendo a pedir de boca. Con Amlan echando chispas de la furia, no sería demasiado difícil que cometiese un error, y él pudiese inmovilizarlo, y por fin traerlo consigo al Lado Oscuro... y puede que a la niña también. Enya, mientras tanto, lloraba y lloraba, y trataba de deshacerse de las cuerdas. Aquel monte en el que se encontraban parecía un campo de batalla perfectamente creado por los agentes geológicos. Arena, ninguna planta de por medio, y algunas rocas rodeaban el terreno. Estaban en el punto más alto. Amlan miró a su hija, atada y ambos cruzaron una mirada.
Hay muchos tipos de mirada. Miradas que expresan amor, tristeza, alegría... pero aquella mirada no parecía humana. Esa mirada destrozó por completo a Amlan, quien hecho una furia corrió hacia Domivet. Si lograba atraparlo, no sólo lo mataría, lo destrozaría poco a poco. Le hervía la sangre. Amlan sujetaba el sable con ambas manos, y empezaron a emerger de sus brazos unos rayos de color azul.

-¡¡TE MATARÉ!!

Domivet permanecía quieto, sólo cuando Amlan estuvo a punto de decapitarle, hizo un movimiento para bloquearle. Domivet, para su sorpresa, cayó al suelo. ¿Cómo era posible? Lo había tirado, y eso que sólo había bloqueado un golpe. No quería imaginarse la furia con la que arremetería el resto de las veces. Pero él era frío, no le importaba demasiado morir. De todos modos, no tenía nada que perder, y el hecho de ver a Amlan sufrir, le revitalizaba por dentro. Domivet aprovechó estar en el suelo para zancadillear a Amlan, pero saltó rápidamente esquivándole. Domivet rodó hacia atrás, y Amlan aprovechó el momento en el que su opnente tenía que incorporarse para atacarle verticalmente con su sable. Domivet, costosa pero efectivamente bloqueó su sable. Hubo un intercambio de miradas. Los ojos marrones y vivos de Amlan, se cruzaron con los que parecían los ojos azules de alguien que acaba de morir. De alguien que aunque aún tenía temperatura en el cuerpo, ya no respiraba. Esos ojos... evocaban algo extraño. Amlan evitó mantener mayor contacto y empujó con su sable a Domivet, quien aún bloqueando la hoja cortante de Amlan tuvo que moverse hacia atrás para evitar caer al suelo.

-Percibo mucho miedo en ti.-dijo Domivet, con una media sonrisa-

Amlan sabía lo que eso significaba. Sabía que el miedo era el primer paso para acceder al Lado Oscuro, y eso le hizo enfurecer aún más. Pero le daba igual. Todo lo que quería era estar con su pequeña Enya, sabía que una vez que estuviese con ella volvería a ser el Jedi que era antes.

-Te mataré...-dijo Amlan en un medio susurro-

Amlan corrió rápidamente hacia Domivet y le propinó un corte a la cintura, pero el Sith, raudo y veloz se echó hacia atrás lo justo para que no le cortase. Amlan, por la fuerza que llevaba el golpe, quedó inclinado hacia un lado, y Domivet aprovechó eso para golpearle en la nariz. Amlan se desequilibró un momento. Ahora estaba justo donde el asesino quería. Sin dudarlo, provocó en Amlan una herida de la fuerza, la cual le hizo caer varios metros más hacia atrás, y quedar inconsciente. El plan había salido a pedir de boca. Domivet se acercó lentamente hacia Enya, que continuaba llorando. Sabía que iba a morir, pero ahora no le importaba. Le importaba más su padre. Domivet apagó su sable y lo guardó. Se puso en cuclillas colocándose a la altura de Enya, que estaba sentada y apoyada en una roca.

-¿Sabes?-dijo Domivet con esa voz burlona- Tengo que matarte.

Domivet se puso en pie, y miro a la niña muy seriamente. Las cuerdas que ataban a Enya de repente se deshicieron. Domivet extendió su mano derecha, abierta, hacia la chica. Enya miró aquello con... ¿qué sensación? Otra vez sintió lo mismo que cuando se vieron por primera vez en el bosque... atracción, repulsión, atracción, repulsión.

-No... me matarás.

-¿Y por qué iba a hacerlo? Sólo eres una niña, no causas ningún problema para mí, ni para el Imperio.

-Sí... pero en un futuro seré una guerrera-Enya se secó las lágrimas con la manga de su camiseta en ese momento- Y podré luchar contra gente mala como tú...-decía entre sollozos-

-Aquí no creo que obtengas nada. Además, ¿qué te queda ahora? Tu padre morirá, y estarás sola... nunca serás nada... a no ser que vengas conmigo. Podrás ser mi aprendiz, y yo te enseñaré todas las artes del verdadero poder.

Enya dudaba... aún era pequeña. Extendió su mano hacia la de Domivet, que seguía sugerente apuntando hacia ella. Sus dedos se rozaron con los del joven asesino y...
Domivet miró hacia abajo. Una herida se había abierto en su estómago, y sangraba en abundancia. Pero la sangre no era lo único que salía. Una hoja de color verde atravesaba su cuerpo, alejando su vida poco a poco...
Amlan sacó el sable del cuerpo de su oponente, quien sin fuerzas cayó al suelo sin más. El Jedi, cogió rápidamente a su hija, y la puso detrás de él. Domivet se apoyó contra una roca, para ver mejor su herida y determinar su gravedad. Amlan apagó su sable y lo guardó. No dijo nada, sabía que si hablaba con aquel malévolo ser entraría más en rabia, y eso no era propio de un Jedi. Cogió a su hija en brazos, y se abrazó a ella como si no hubiera un mañana. Ambos se montaron en el vehículo en el que había venido Amlan anteriormente, y fueron a casa... ambos necesitaban descansar.

El cuerpo del Sith yacía allí, apoyado a aquella roca. Con los ojos cerrados, una mano apoyada en su herida, y la otra caída hacia un lado. Su túnica se había echado hacia atrás, y sus dos piernas estaban extendidas hacia delante, separadas. La cabeza se encontraba echada hacia atrás, apoyada en la roca. Todo estaba en silencio. El cuerpo permanecía inmóvil... muerto.

Hasta que Domivet, como quien recibe una descarga de adrenalina, abrió sus dos ojos azules inexorablemente llenos de rabia.


PD: Si queréis que continúe con la historia avisad.

Espero la proxima parte de el roleo,me gusto mucho

xD pero dió suspenso

Bueno bueno. Haré la continuación. Me surgen algunas ideas ahora, pero pasaré de escribirlo. Lo haré mañana, es que en mi país, España, es casi la una de la madrugada, aunque cuando lo leáis posiblemente ya será más tarde. Y ahora no creo que pueda escribirlo lo suficientemente bueno.
Muchas gracias por vuestros comentarios positivos, aunque en definitiva, supongo que gracias simplemente por leerlo,

Sí, hazla .

Amlan se levantó aquella mañana temprano, le apetecía ver amanecer. Había quedado a las doce de la mañana con Enya para salir a entrenar. A las once aproximadamente, se acercó al cuarto de Enya. La niña, o al menos para él lo seguía siendo, apoyaba su cabeza en la almohada y, aunque con los ojos cerrados, miraba hacia arriba. Su pelo rojizo caía por sus facciones delicadas y finas. Y su cuerpo, tapado hasta la cintura por una sábana estaba extendido en línea recta. Las manos apoyadas en la tripa, y juntas, una encima de otra. Al final de la sábana se podían ver sus pies. Amlan siempre se quedaba embobado cuando la veía dormir. Aunque era su hija, y llevaba quince años viéndola dormir, aún lo veía algo fascinante. Se acercó lentamente hasta la cama de su pequeña, y se tiró bruscamente a su lado. Enya abrió los ojos sobresaltada, y cuando descubrió que era su padre quien se había tirado, se dejó caer hacia el otro lado de la cama, con cara de enfado.

-Ay papá... déjame un ratito más...

-Ni hablar. Habíamos quedado en salir a las doce a entrenar, y son las once y cuarto. A levantarse y a desayunar.-Amlan le dio una colleja y se puso de pie- Vamos.

A las doce menos cuarto, Enya ya estaba preparada, se había duchado, había desayunado, se había vestido y había cogido el sable que recientemente le habían hecho, en honor a su ascenso a caballera. Pese a tener nada más quince años, y ser una caballera más, tenía un gran potencial. Una muchacha, que cualquiera que la viese pensaría que es más bien una princesa inútil, de estas que secuestran cada dos por tres, y que siempre hay que ir a salvarla. Pero la pequeña rosa tenía espinas. A su corta edad ya había estado en muchas batallas. Y lo mejor era que conservaba su carácter de niña, sin necesidad de volverse dura para afrontar su vida.
Padre e hija se encaminaron a salir por los bosques de Ossus, y llegaron a un pequeño coliseo que había entre dos valles. No estaba permitida la entrada a cualquiera allí, pero eran Enya y Amlan, ¿quién se lo iba a impedir? Un Maestro, y una guerrera que equivalía a un maestro. Ambos se pusieron en sus posiciones correspondientes, preparados para atacar. Sacaron y prendieron su sable, casi al mismo tiempo.

-¿Preparada?-Quiso saber Amlan-

-Más que nunca.

Ambos corrieron el uno contra el otro. Primero Amlan trató de cortar el pecho de Enya, pero la joven guerrera a una velocidad increíble se movió y se puso detrás de su padre. Ésta le hizo caer, propinándole un leve golpe en la pierna. Seguidamente intentó cortar el brazo que portaba el sable de Amlan. El Maestro rápidamente bloqueó ese corte, y se puso en pie de un salto. Ambos saltaron mediante la fuerza y giraron en el aire, haciendo chocar sus sables. Nada más caer, Enya corrió hacia su padre y trató de cortarle el cuello, pero Amlan se agachó rápidamente. De pronto, Enya sintió una leve quemadura en su cintura.

-Estás muerta-Dijo Amlan, seriamente-

Enya suspiró. Apagó su sable y lo guardó. A fin de cuentas era normal que su padre pudiese contra ella, ya que como su Maestro en teoría debería de ser mejor que ella. Pero no le gustaba nada tener que aceptar la derrota.

-Vale, tú ganas.

Amlan notó rabia en las palabras de su hija.

-Eh, tranquila. Sólo es un entrenamiento.

-Lo sé, pero no me gusta perder.

-Bueno, a nadie le gusta perder. Pero para saber ganar también debes de saber perder, Enya. La verdadera victoria nace de las cenizas del fracaso.

-Supongo que tienes razón.

Enya no aceptaba eso. Su padre siempre le daba frases para tranquilizarla, animarla. Pero ella no se valía de una frase. Conocía bien a su padre, no iba a discutir con él. A fin de cuentas saldría perdiendo. Pero su carácter pudo con ella esta vez.

-Tú y tus malditas frases...-dijo Enya, casi en un susurro, arrepintiéndose al instante de lo que había dicho-

-¿Mis malditas frases? No discutiré contigo, hija. Si tan estúpidas te parecen mis frases, ignóralas. Ya verás como así te irá mejor en la vida.

-Pues seguro que sí, porque nunca he conseguido entenderlas del todo, y aunque trato de seguir tus consejos, nunca respondes a ninguna de mis preguntas.-Dijo ahora la chica, en un tono muy enfadado-

-Porque las respuestas las debes de encontrar tú, es el camino del Jedi.

-¿Otra vez con eso?-Enya se giró furiosa hacia su padre, y se acercó un poco a él- Por una vez en tu vida, trátame como a tu hija, no como tu aprendiz. Estoy cansada de tantos códigos, tantas normas estúpidas, ¡no lo soporto más!

La bofetada sonó en todo el bosque. En un momento, Enya estaba con la cabeza hacia un lado. El pelo se había inclinado todo hacia ese lado, y no se le veía la cara. Amlan, estaba muy serio.

-Hija mía, somos Jedi, somos lo que somos.-Dijo muy seriamente-

-Cállate ya... déjame en paz...
A Enya le costó mucho decir esto último, estaba medio llorando. No por la bofetada, era una chica dura, podría aguantar esa y mil más si hiciese falta, pero venía de su padre... y eso la hería el corazón. De inmediato, quiso estar sola, en su cuarto, por lo que se fue a casa. Amlan se quedó por el bosque, dando un paseo y meditando.
Pocos minutos más tarde, Enya ya estaba en casa. Entró en su cuarto, furiosa, y confusa. Sobre todo confusa. Lentamente, entró en el cuarto de su padre, esperando ver por ahí sus trajes de cuando él era nada más que un caballero. No entraba mucho en el cuarto de su padre, ni su padre en el suyo, salvo para despertarla con sus formas tan peculiares. Allí encontró una nota sobre la mesa de su estudio.
La nota decía: " Ve al monte Crawr. Él no ha muerto "
El monte Cadeum... donde murió su madre... y Domivet, cinco años atrás. O hasta hace cinco segundos, ella pensaba que sí. Estaba claro que ese " Él " era Domivet, y también estaba claro que él mismo había dejado esa nota allí para que fuese su padre, pero iría ella. Aún sentía esas extrañas sensaciones que le inspiraban aquel muchacho. Lo lógico habría sido decírselo a su padre, e ir ambos con soldados para acabar con aquel asqueroso asesino. Pero estaba demasiado cabreada, quería demostrarle a su padre que era una buena guerrera y que podría aniquilar a cualquier Sith.
Cogió rápidamente su sable láser recién hecho, el antiguo, sus ropas de caballera y salió corriendo de su casa. Se dirigió hasta el vehículo a propulsión de su padre. Aylina, una amiga de Enya que pasaba por el bosque, la vio dirección al monte Crawr, furiosa. No le dio demasiada importancia, Enya de siempre había sido muy impulsiva.
Enya frenó rápidamente el vehículo y salto de él. Corrió velozmente hacia donde yacía cinco años atrás el cuerpo de Domivet. Ahora también estaba el cuerpo de Domivet, pero no yacente. Estaba de pie, erguido, y lleno de vida.

-Tú...

-El mismo de siempre.-Domivet sonrió burlonamente-

Enya miró fijamente a sus ojos... no debería de haberlo hecho. Se sentía extrañamente atraída por ese muchacho... o eso quería pensar. Sería mucho peor que se sintiese atraída por el Lado Oscuro. Aquellos ojos azules la invitaban a ir hacia él, y que el tiempo siguiese discurriendo. A pesar de ello, otra vez, su carácter la hizo poner los pies sobre la tierra.

-Veo que sigues vivo, pero no por mucho tiempo.

Domivet la miraba con mucho interés.

-Porque ahora seré yo la que te maté-En ese momento, el sable de Enya se encendía bajo la manga de su túnica-

-Pequeña... no sabes cuánto te echaba de menos.

Domivet ya portaba su sable en la mano. Era extraño, no esperaba que apareciese Enya. Esperaba que apareciese Amlan con muchos soldados. Su plan se había ido al traste... o no. Por fin podría consumar su venganza. Asesinaría a aquella niña.
Enya corrió rápidamente hacia él, quien de pronto se envolvió en un aura negra. A la joven guerrera eso no le importaba demasiado, igualmente cortó donde pensó que estaría su cabeza, pero allí no había más que aire. Se giró rápidamente, y cuando se quiso dar cuenta su sable verde y el rojo de Domivet estaban bloqueándose el uno al otro, casi echando chispas.
Domivet dio una patada al pecho de Enya, la cual rápidamente salió disparada hacia atrás y se golpeó contra una roca. Estaba demasiado furiosa como para pensar con claridad. Corrió hacia el asesino. Iba a poner fin a aquello con un solo golpe. Domivet, mientras tanto, sonreía diez metros más allá.

Amlan llegó a casa, esperando ver a Enya, pero nada. Estaba ciertamente preocupado, aunque sabía que ya no era una niña indefensa, aún era su niña, y no le gustaba que estuviesen mal. Salió de su casa, y se encontró con Aylina, y quiso saber el paradero de su hija.

-Aylina, ¿has visto a Enya?

La niña pensó un momento.

-Pues sí, hace un rato que ha pasado por el bosque, iba hacia " El Crawr ". No parecía muy contenta.

-Vale, gracias.

Amlan no sospechaba lo que sucedía allí. Seguramente habría ido a entrenar sola, o a ver el paisaje, pero quiso ir con ella para pedirle perdón. Fue a coger su vehículo, pero para su sorpresa no estaba, así que tuvo que ir corriendo, saltando de árbol en árbol, siempre ayudándose de la fuera para ganar velocidad. Llegó hasta el monte, y vio un destello de sable... rojo. Abrió los ojos como platos, y corrió rápidamente hacia allí. Cuando llegó, vio a su hija agarrada elevada. Sus pies, colgaban como un peso muerto, al igual que el resto de su cuerpo hasta la cintura. Sus brazos dirigían a sus manos hasta una herida que se le había abierto en el bazo. Enya lloraba del dolor, pero sin sollozar, sólo expulsaba lágrimas. Empezó a escupir un poco de sangre por la boca. Domivet lanzó el cuerpo de aquella pequeña guerrera, que tenía un gran futuro por delante, pero que ahora se había visto reducida a... ¿qué? A nada, prácticamente. Amlan la agarró antes de que se golpease contra el suelo, y la apoyó en el suelo. Levantó la cabeza de su hija con su mano, para que no se tragase su sangre.

-Papá... yo...-Enya no podía hablar, escupía sangre por la boca-

-Tranquila hija mía, te curaré-Amlan ahora echaba lágrimas por sus ojos, y su voz se entrecortaba-

-Lo siento...-fue lo único que pudo decir Enya-

En ese momento, la cabeza de Enya cayó, ahora sí, junto con el resto de su cuerpo como un peso muerto. Y cerró los ojos.
Eran las cinco de la tarde en Ossus. Para cualquiera que le preguntasen, un día normal, como cualquier otro. Salvo para Amlan. Para aquel Maestro Jedi, no eran las cinco de la tarde, era el momento en el que su vida perdía sentido. En el que no sabía qué iba hacer. El único momento en el que comprendió lo que era el verdadero dolor. El momento en el que supo que sus frases realmente no valían para nada... sólo las acciones importaban. Enya, irremediablemente estaba muerta. Amlan elevó la cabeza, y vio a Domivet. No sonreía, cosa extraña en él. El Jedi pudo ver algo en los ojos del Sith, como un destello de... ¿compasión? No lo entendía, pero tampoco se paró a pensar en ello. El asesino había cumplido su tarea, sólo era cuestión de tiempo que Amlan cayese al Lado Oscuro. Hizo la despedida Imperial y desapareció de allí, entre hilos negros.
Amlan de todos modos, no iba a pelear. Lo que quería hacer en ese instante era sacarse el corazón para sentirse aliviado.
Unos soldados llegaron hasta el monte, alertados por lo que parecía ser la voz de alarma de un tercero. Alguien que simplemente les había avisado de lo que sucedía, pero que había sido inútil. Aquel ' tercero ' no se dejó ver, ni si quiera dio su nombre.
Dos días después el dolor de Amlan era el mismo que en el momento en el que su hija cayó sobre sus brazos sin vida. Hablaba con la gente, y la gente intentaba que se animase. Sin éxito. Amlan decidió dejar las ropas de su hija donde había muerto. Al llegar al monte, se arrodilló ante la pequeña tumba que le había preparado, con una lápida, y dejó las ropas.

-Comprendo tu dolor.

Una voz anciana sonó detrás de Amlan, quien se giró lentamente para ver al sujeto. Un hombre de unos ochenta años, el pelo blanco y largo le caía por los lados de la cabeza, y una pequeña barba rodeaba su boca. Sus ojos color marrón, le miraban comprensivos.

-No lo comprendes. Tú no comprendes nada, dudo que sepas lo que ha pasado.

-Sé más cosas de las que tú te crees, Amlan. Enya te quería.

-¿Y qué? Eso no me consuela. Ahora está muerta, y es inevitable.

-O sí...

Amlan se puso en pie rapidísimo. ¿O sí? Espera, ¿estaba diciendo que podía evitar la muerte de su hija?

-¿A qué te refieres con eso?

-Ven conmigo, te enseñaré.

Algo parecido a un portal tridimensional se abrió junto al anciano. Amlan se paró a pocos centímetros del portal, y dudó un momento. Si moría no le iba a importar, de todos modos, no tenía nada que perder, así que se adentró, y el anciano después. Aparecieron en lo que parecía ser un laboratorio. Una enorme cúpula encerraba dentro máquinas, todo tipo de pantallas, botones controles... pero una diferente. Había una con un enorme ventilador y láseres a los lados.

-Veo que te has fijado.

Amlan no dijo nada, seguía mirando la máquina.

-Esa máquina la diseñé hace tiempo. Puede dar saltos en el tiempo, siempre hacia atrás.

-Quieres decir...-Amlan abrió sus ojos con un destello de esperanza- que puedo volver al momento en el que Domivet asesinó a mi hija... e impedirlo.

-Sí, y no. Cuando alteres la línea temporal, se abrirá otra. Técnicamente, tú, en esta realidad seguirás sin tu hija, pero el tú de la otra línea temporal que se abrirá, tendrá a su hija.-el viejo paró un momento- Si te vas a arriesgar a dar un salto temporal, debes de saber dos cosas. La primera, es que puedes morir. Y la segunda, es que cuando vuelvas al pasado, por nada del mundo debes de cruzarte contigo mismo, y posiblemente habrá un desliz temporal. No conozco las consecuencias de ese desliz, y prefiero no conocerlas.

Todo aquello sonaba estúpido, pero de todos modos, morir... ¿qué más le daba? Si moría de todos modos, al fin se aliviaría ese dolor. Eso no le importaba...
Amlan tomó una decisión rápida. Claro que estaba dispuesto. Iba a salvar a su niña, costase lo que costase.

PD: Haré la siguiente parte, en la que Amlan viaja en el tiempo y se descubre si consigue salvar a su hija... o no. Jejejejejeje.

Creí que ya no lo ibas a continuar, me gustó.