[ROLEO] Cambio de facción
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[ROLEO] Cambio de facción
Autor: Melarion
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—Más arriba, Melarion—le corrigió su maestro—. Eso es. Ahora retrocede. Izquierda, derecha, derecha, izquierda—Melarion se movió como una centella y asestó un golpe a la altura de las piernas, que su maestro bloqueó no sin cierta dificultad, con una sonrisa—. Eso es—Zod retrocedió, se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano e inició el ataque—. Izquierda, derecha, derecha, ¡izquierda!
Pero el golpe llegó por la derecha.
—Has hecho trampas—se quejó Melarion, rascándose el hombro—. Me dijiste que atacarías por la izquierda y atacaste por la derecha.
—Mi voz te dijo que atacaría por la izquierda, pero todo mi cuerpo te reveló lo contrario.
Melarion frunció el ceño, confundido. Su maestro parecía predecir los movimientos de su cuerpo con una facilidad abrumadora, y a él le costaba incluso sabiendo la dirección de la que vendría la estocada. Aquello le enfurecía.
Zod dejó el palo de entrenamiento a un lado y le revolvió el pelo.
—Has estado muy bien—le dijo con una amplia sonrisa—. No permitas que te engañe mi voz; la Fuerza te dirá por dónde va a llegar el sable del enemigo, no los oídos.
Melarion asintió y dejó el palo en el suelo. Sentía los brazos agarrotados y tenía calambres en las piernas, pero cada sesión se sentía un poco más fuerte y más rápido que la anterior, por lo que el dolor era grato. Significaba progresión.
—Antes del segundo atardecer quiero verte en el salón de meditación—le dijo su maestro, mientras bebía un poco de agua—. ¿Estás haciendo los ejercicios que te dije?—Melarion asintió—. De acuerdo. Ve a cambiarte, nos veremos entonces.
El patio de entrenamiento resonaba con el entrechocar de la madera contra la madera y las correcciones de los maestros a sus aprendices. Melarion se detuvo un instante a contemplarlos, pero en seguida se encaminó hacia sus habitaciones.
Los pasillos de la academia estaban desiertos a aquella hora del día; la jornada de los iniciados no empezaba hasta bien entrada la mañana. En teoría, su entrenamiento debería de comenzar con el amanecer, pero su maestro había solicitado permiso al consejo para modificar levemente los horarios, y se lo habían concedido, de modo que sus sesiones comenzaban una hora y media antes que las de los demás. No sabía si le gustaba o lo detestaba.
El primer amanecer ya trepaba por el horizonte, tiñéndolo de rojo, y filtraba su luz a través de las ventanas angulosas de los pasillos. En la lejanía, cerca de la colina de Katarn, se apreciaban las ruinas del Fuerte Ninguna Parte, con su planta en forma de estrella de seis puntas.
«Es bonito», pensó Melarion. Más allá del antiguo fuerte, los cañones horadaban la tierra en las lindes del bosque, como si fueran grietas hechas por un poderoso dios. Le gustaba ver el amanecer, cómo el mundo adoptaba poco a poco su color natural.
Mientras se cambiaba de túnicas, decidió que aquel día caminaría tan lejos como pudiera antes de tener que reunirse con su maestro, y así lo hizo. Atravesó el Fuerte Ninguna Parte, los cañones y llegó hasta el bosque. La mayoría de los árboles aún no habían alcanzado toda la altura que su condición les permitía, pero muchos ya poseían una estructura formidable.
El segundo amanecer lo encontró arrodillado junto a la corriente fría de un riachuelo, contemplando su reflejo ondulante en el agua. Últimamente se hacía preguntas extrañas, sobre todo cuando se veía reflejado en alguna parte.
Anduvo durante un par de horas, hasta que el primer sol ya era una brasa ardiente casi en el cénit de su recorrido, seguido de cerca por el segundo. En aquella zona, los estragos de antiguas guerras no habían permitido el florecimiento de nueva vida, pero la presencia de los Jedi contribuía a la mejora. Melarion observó la llanura desértica que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, en el lejano y azul horizonte, y trató de imaginarse que algún día, todo aquello sería bosque.
«Y se lo enseñaré a mi aprendiz», decidió. «Le traeré aquí, y entrenaremos, y le contaré historias del pasado». La perspectiva de tener un joven Jedi al que transmitirle todo su conocimiento le hizo sonreír.
Estaba regresando cuando escuchó que algo se movía entre los árboles. La fuerza de la costumbre condujo a su mano derecha hacia la empuñadura del sable láser, que descansaba plácidamente en la vaina del cinturón.
—Eso no será necesario—dijo una voz detrás de él. Melarion se giró, y un hombre alto y robusto vestido con túnicas color café emergió de entre los árboles. Tenía la barba canosa bien recortada y afeitada, en contraste con su rostro de ébano, y los ojos negros y duros como el pedernal hundidos bajo las arrugas de la edad. Por algún motivo, sonreía—. Me llamo Sauban.
—Yo soy Melarion—respondió, aunque sin apartar la mano del sable láser. Se mordió el labio inferior, sin saber muy bien qué decir—. ¿Qué haces aquí?
El hombre alzó la cabeza, como si fuera a encontrar la respuesta en las copas de los árboles o en los soles.
—La verdad es que no lo sé—respondió el hombre, y se echó a reír—. Creo que me has llamado tú.
—¿Yo?—Melarion no entendía nada. ¿Se podía llamar a alguien sin querer?
—Sí. Esas preguntas que te has hecho últimamente te atormentan, ¿verdad?—en su boca aleteaba una sonrisa—. Es normal. Todos nos hemos hecho esas preguntas alguna vez.—Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en el tronco de un árbol—. Ahora, como tantas otras veces, deberás decidir. Si cierras los ojos, cuando los abras yo habré desaparecido, y todo volverá a ser como antes...—arqueó una ceja y mostró los dientes blancos en una sonrisa divertida. Melarion se sentó a una distancia prudencial de él—. De acuerdo.
»Empezaremos por lo más sencillo. ¿Qué sabemos exactamente de la Orden Jedi? Sí, es evidente que los innumerables códices de las innumerables bibliotecas nos hablan sobre su formación y su edad más primigenia, pero... ¿se puede decir que la actual Orden Jedi siga siendo Jedi?
»El tiempo exige cambios en los métodos, y del mismo modo que los enemigos de los Jedi evolucionan y se adaptan para combatirlos, los Jedi también deberían de hacerlo, ¿no crees?
—Los Jedi se rigen por un código—respondió Melarion, con una mueca. No estaba muy seguro de lo que pretendía decirle.
—Así es—asintió el tal Sauban—. Pero, ¿no crees que estar sujetos a un código los hace al mismo tiempo vulnerables?
—Los Sith también están sujetos a un código.
—Un código mucho más permisivo.
En las clases con los maestros se habían encargado de enseñarles de que la paz sólo se consigue a través de un estado de perfecta armonía, sin la intromisión de emociones que emponzoñen la serenidad. Pero, y si...
—El conocimiento es caro—dijo el hombre, mientras se ponía en pie y se sacudía en la tierra—, igual que el tiempo, y mi tiempo aquí es limitado. Si estás dispuesto a dejar todo ésto unos meses, te mostraré un conocimiento que no reside en ninguna biblioteca—sonrió de nuevo—. Y te prometo que, cuando vuelvas, será como si no hubiera pasado nada.—Se detuvo un instante ante la indecisión de Melarion—. Mañana estaré aquí con el primer amanecer y me iré con el segundo.
Y se perdió entre la maleza tan rápido como había aparecido.
Regresó a la academia justo a tiempo para la meditación con su maestro, aunque fue incapaz de concentrarse. La sugerencia del sujeto le escocía casi tanto como la posibilidad de rechazarla y quedarse sin saber todas aquellas cosas que le había prometido que le enseñaría.
—¿Estás bien?—le preguntó Zod cuando hubieron finalizado la sesión de meditación—. Te noto distante.
—Maestro—dijo Melarion, alzando la cabeza hacia el comandante—, ¿está bien perseguir el conocimiento?
—Bueno—Zod meditó un instante—. El conocimiento es una de las máximas de la Orden Jedi, y es indispensable para tu formación. Supongo que sí, está bien perseguirlo. ¿Por qué?
—Sólo era por saber—respondió Melarion, encogiéndose de hombros.
Aquella noche, por más que lo intentó, no logró conciliar el sueño, y ya llevaba mucho tiempo con los ojos abiertos cuando el primer amanecer apareció en el horizonte de Ruusan. Melarion preparó sus cosas en un macuto y salió de la academia a hurtadillas, por una de las puertas menos transitadas. Algunos soldados se detuvieron un instante para mirarle, pero cuando le reconocieron continuaron patrullando en silencio sepulcral.
No le costó encontrar a Sauban; estaba en el mismo lugar que el día anterior, tal como había prometido. Lo siguió hasta su nave, un pequeño vehículo gris algo viejo, aunque funcional. Cuando las compuertas se abrieron, Sauban ascendió de un salto y tendió una mano hacia Melarion.
—¿Estás preparado?
—Sí—respondió Melarion—. Sí.
Y juntos entraron en la nave.
Eones habían perecido a su alrededor, mientras él flotaba en un mar negro sin orillas, en calma. Las estrellas brillaban a su alrededor como luciérnagas en una noche sin luna.
—Yo soy un Dark Sith, un ángel caído...
Caminaba por un largo pasillo de techo abovedado. Sus pies dejaban huellas sangrantes y humeantes sobre la arena del suelo, mientras sus hermanos, sombras translúcidas sin rostro, contemplaban su avance guardando un ominoso silencio. La leve brisa suspiraba entre los pliegues de su larga túnica negra entonando una cancioncilla sin melodía, casi tan antigua como el propio tiempo.
—...impongo el miedo en mis enemigos y defiendo a mis hermanos...
Vio las extensas llanuras pantanosas de Drongar, iluminadas por el sol, y también vio los bosques, que olían a humo, a sangre y a muerte. Las copas de los árboles se alzaban para perforar el vientre plomizo del cielo. El viento susurraba entre sus hojas la misma cancioncilla sin melodía que lo había estado persiguiendo durante su trayecto a través de las sombras.
—Imploro mis palabras como incremento de mis poderes...
Fantasmas ataviados con túnicas negras se detuvieron delante de una inmensa fortaleza de piedra. Las hojas de sus sables de luz eran de fuego negro, y sus ojos brillaban como rubíes.
—Soy el protector de mis sueños...
Un repentino latigazo de dolor le hizo caer al suelo; sintió como si alguien le rajara la piel desde el nacimiento de la espalda hasta la nuca. La sangre manó como un surtidor y las piernas le fallaron, pero cuando sintió que desfallecía, dos grandes alas negras lo elevaron. Un instante después volaba sobre Drongar, muy por encima de las copas más altas de sus árboles. Voló a través de la galaxia, visitó mundos que jamás habría soñado conocer... Hasta que regresó la cancioncilla sin melodía y cayó al vacío.
—... ¿mis alas? No tengo...
Las estrellas gritaron su nombre cuando cayó; los mundos se convirtieron en un borrón en el tiempo, mientras él se precipitaba más y más hacia el insondable abismo que trascendía el horizonte que abarcaba la vista.
*
Aerion se despertó de súbito. La luz de dos lunas se filtraba a través de las ventanas abiertas en la piedra negra de la habitación. En el exterior, el viento agitaba las copas de los árboles, entonando una cancioncilla sin melodía.
Cuando intentó levantarse, un latigazo de dolor le recorrió la espalda y lo obligó a tumbarse de nuevo.
—Desaparecieron ya—murmuró Aerion, con una sonrisa débil.
—No será necesario que te levantes—dijo una voz envuelta en sombras, desde la entrada—. Los hermanos todavía están en camino.
—Entonces es necesario que me levante—replicó Aerion—.
El individuo se acercó lentamente, desnudando sus facciones del abrigo de la máscara. Sonreía.
—Entonces, levántate—le dijo—. Y hazlo como Aerion Naharis, Lord Comandante del Imperio Dark Sith.
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ACLARACIONES OFF: Mi personaje Jedi se ha ido de Ruusan, aparentemente en busca de conocimiento. Asumo que la idea no es muy buena y que el roleo en sí es escueto, pero opino que no es necesario más.
Mi personaje Dark Sith abre los ojos después de mucho tiempo en un estado similar al del coma. Cada verso del poema representa una fase de su vida anterior como Dark Sith, fase que se describe a continuación (con elementos oníricos, por supuesto).
Tema del color: Sencillamente, no encuentro ningún color que haga agradable la lectura.
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RUUSAN
—Más arriba, Melarion—le corrigió su maestro—. Eso es. Ahora retrocede. Izquierda, derecha, derecha, izquierda—Melarion se movió como una centella y asestó un golpe a la altura de las piernas, que su maestro bloqueó no sin cierta dificultad, con una sonrisa—. Eso es—Zod retrocedió, se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano e inició el ataque—. Izquierda, derecha, derecha, ¡izquierda!
Pero el golpe llegó por la derecha.
—Has hecho trampas—se quejó Melarion, rascándose el hombro—. Me dijiste que atacarías por la izquierda y atacaste por la derecha.
—Mi voz te dijo que atacaría por la izquierda, pero todo mi cuerpo te reveló lo contrario.
Melarion frunció el ceño, confundido. Su maestro parecía predecir los movimientos de su cuerpo con una facilidad abrumadora, y a él le costaba incluso sabiendo la dirección de la que vendría la estocada. Aquello le enfurecía.
Zod dejó el palo de entrenamiento a un lado y le revolvió el pelo.
—Has estado muy bien—le dijo con una amplia sonrisa—. No permitas que te engañe mi voz; la Fuerza te dirá por dónde va a llegar el sable del enemigo, no los oídos.
Melarion asintió y dejó el palo en el suelo. Sentía los brazos agarrotados y tenía calambres en las piernas, pero cada sesión se sentía un poco más fuerte y más rápido que la anterior, por lo que el dolor era grato. Significaba progresión.
—Antes del segundo atardecer quiero verte en el salón de meditación—le dijo su maestro, mientras bebía un poco de agua—. ¿Estás haciendo los ejercicios que te dije?—Melarion asintió—. De acuerdo. Ve a cambiarte, nos veremos entonces.
El patio de entrenamiento resonaba con el entrechocar de la madera contra la madera y las correcciones de los maestros a sus aprendices. Melarion se detuvo un instante a contemplarlos, pero en seguida se encaminó hacia sus habitaciones.
Los pasillos de la academia estaban desiertos a aquella hora del día; la jornada de los iniciados no empezaba hasta bien entrada la mañana. En teoría, su entrenamiento debería de comenzar con el amanecer, pero su maestro había solicitado permiso al consejo para modificar levemente los horarios, y se lo habían concedido, de modo que sus sesiones comenzaban una hora y media antes que las de los demás. No sabía si le gustaba o lo detestaba.
El primer amanecer ya trepaba por el horizonte, tiñéndolo de rojo, y filtraba su luz a través de las ventanas angulosas de los pasillos. En la lejanía, cerca de la colina de Katarn, se apreciaban las ruinas del Fuerte Ninguna Parte, con su planta en forma de estrella de seis puntas.
«Es bonito», pensó Melarion. Más allá del antiguo fuerte, los cañones horadaban la tierra en las lindes del bosque, como si fueran grietas hechas por un poderoso dios. Le gustaba ver el amanecer, cómo el mundo adoptaba poco a poco su color natural.
Mientras se cambiaba de túnicas, decidió que aquel día caminaría tan lejos como pudiera antes de tener que reunirse con su maestro, y así lo hizo. Atravesó el Fuerte Ninguna Parte, los cañones y llegó hasta el bosque. La mayoría de los árboles aún no habían alcanzado toda la altura que su condición les permitía, pero muchos ya poseían una estructura formidable.
El segundo amanecer lo encontró arrodillado junto a la corriente fría de un riachuelo, contemplando su reflejo ondulante en el agua. Últimamente se hacía preguntas extrañas, sobre todo cuando se veía reflejado en alguna parte.
Anduvo durante un par de horas, hasta que el primer sol ya era una brasa ardiente casi en el cénit de su recorrido, seguido de cerca por el segundo. En aquella zona, los estragos de antiguas guerras no habían permitido el florecimiento de nueva vida, pero la presencia de los Jedi contribuía a la mejora. Melarion observó la llanura desértica que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, en el lejano y azul horizonte, y trató de imaginarse que algún día, todo aquello sería bosque.
«Y se lo enseñaré a mi aprendiz», decidió. «Le traeré aquí, y entrenaremos, y le contaré historias del pasado». La perspectiva de tener un joven Jedi al que transmitirle todo su conocimiento le hizo sonreír.
Estaba regresando cuando escuchó que algo se movía entre los árboles. La fuerza de la costumbre condujo a su mano derecha hacia la empuñadura del sable láser, que descansaba plácidamente en la vaina del cinturón.
—Eso no será necesario—dijo una voz detrás de él. Melarion se giró, y un hombre alto y robusto vestido con túnicas color café emergió de entre los árboles. Tenía la barba canosa bien recortada y afeitada, en contraste con su rostro de ébano, y los ojos negros y duros como el pedernal hundidos bajo las arrugas de la edad. Por algún motivo, sonreía—. Me llamo Sauban.
—Yo soy Melarion—respondió, aunque sin apartar la mano del sable láser. Se mordió el labio inferior, sin saber muy bien qué decir—. ¿Qué haces aquí?
El hombre alzó la cabeza, como si fuera a encontrar la respuesta en las copas de los árboles o en los soles.
—La verdad es que no lo sé—respondió el hombre, y se echó a reír—. Creo que me has llamado tú.
—¿Yo?—Melarion no entendía nada. ¿Se podía llamar a alguien sin querer?
—Sí. Esas preguntas que te has hecho últimamente te atormentan, ¿verdad?—en su boca aleteaba una sonrisa—. Es normal. Todos nos hemos hecho esas preguntas alguna vez.—Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en el tronco de un árbol—. Ahora, como tantas otras veces, deberás decidir. Si cierras los ojos, cuando los abras yo habré desaparecido, y todo volverá a ser como antes...—arqueó una ceja y mostró los dientes blancos en una sonrisa divertida. Melarion se sentó a una distancia prudencial de él—. De acuerdo.
»Empezaremos por lo más sencillo. ¿Qué sabemos exactamente de la Orden Jedi? Sí, es evidente que los innumerables códices de las innumerables bibliotecas nos hablan sobre su formación y su edad más primigenia, pero... ¿se puede decir que la actual Orden Jedi siga siendo Jedi?
»El tiempo exige cambios en los métodos, y del mismo modo que los enemigos de los Jedi evolucionan y se adaptan para combatirlos, los Jedi también deberían de hacerlo, ¿no crees?
—Los Jedi se rigen por un código—respondió Melarion, con una mueca. No estaba muy seguro de lo que pretendía decirle.
—Así es—asintió el tal Sauban—. Pero, ¿no crees que estar sujetos a un código los hace al mismo tiempo vulnerables?
—Los Sith también están sujetos a un código.
—Un código mucho más permisivo.
En las clases con los maestros se habían encargado de enseñarles de que la paz sólo se consigue a través de un estado de perfecta armonía, sin la intromisión de emociones que emponzoñen la serenidad. Pero, y si...
—El conocimiento es caro—dijo el hombre, mientras se ponía en pie y se sacudía en la tierra—, igual que el tiempo, y mi tiempo aquí es limitado. Si estás dispuesto a dejar todo ésto unos meses, te mostraré un conocimiento que no reside en ninguna biblioteca—sonrió de nuevo—. Y te prometo que, cuando vuelvas, será como si no hubiera pasado nada.—Se detuvo un instante ante la indecisión de Melarion—. Mañana estaré aquí con el primer amanecer y me iré con el segundo.
Y se perdió entre la maleza tan rápido como había aparecido.
Regresó a la academia justo a tiempo para la meditación con su maestro, aunque fue incapaz de concentrarse. La sugerencia del sujeto le escocía casi tanto como la posibilidad de rechazarla y quedarse sin saber todas aquellas cosas que le había prometido que le enseñaría.
—¿Estás bien?—le preguntó Zod cuando hubieron finalizado la sesión de meditación—. Te noto distante.
—Maestro—dijo Melarion, alzando la cabeza hacia el comandante—, ¿está bien perseguir el conocimiento?
—Bueno—Zod meditó un instante—. El conocimiento es una de las máximas de la Orden Jedi, y es indispensable para tu formación. Supongo que sí, está bien perseguirlo. ¿Por qué?
—Sólo era por saber—respondió Melarion, encogiéndose de hombros.
Aquella noche, por más que lo intentó, no logró conciliar el sueño, y ya llevaba mucho tiempo con los ojos abiertos cuando el primer amanecer apareció en el horizonte de Ruusan. Melarion preparó sus cosas en un macuto y salió de la academia a hurtadillas, por una de las puertas menos transitadas. Algunos soldados se detuvieron un instante para mirarle, pero cuando le reconocieron continuaron patrullando en silencio sepulcral.
No le costó encontrar a Sauban; estaba en el mismo lugar que el día anterior, tal como había prometido. Lo siguió hasta su nave, un pequeño vehículo gris algo viejo, aunque funcional. Cuando las compuertas se abrieron, Sauban ascendió de un salto y tendió una mano hacia Melarion.
—¿Estás preparado?
—Sí—respondió Melarion—. Sí.
Y juntos entraron en la nave.
DRONGAR
Eones habían perecido a su alrededor, mientras él flotaba en un mar negro sin orillas, en calma. Las estrellas brillaban a su alrededor como luciérnagas en una noche sin luna.
—Yo soy un Dark Sith, un ángel caído...
Caminaba por un largo pasillo de techo abovedado. Sus pies dejaban huellas sangrantes y humeantes sobre la arena del suelo, mientras sus hermanos, sombras translúcidas sin rostro, contemplaban su avance guardando un ominoso silencio. La leve brisa suspiraba entre los pliegues de su larga túnica negra entonando una cancioncilla sin melodía, casi tan antigua como el propio tiempo.
—...impongo el miedo en mis enemigos y defiendo a mis hermanos...
Vio las extensas llanuras pantanosas de Drongar, iluminadas por el sol, y también vio los bosques, que olían a humo, a sangre y a muerte. Las copas de los árboles se alzaban para perforar el vientre plomizo del cielo. El viento susurraba entre sus hojas la misma cancioncilla sin melodía que lo había estado persiguiendo durante su trayecto a través de las sombras.
—Imploro mis palabras como incremento de mis poderes...
Fantasmas ataviados con túnicas negras se detuvieron delante de una inmensa fortaleza de piedra. Las hojas de sus sables de luz eran de fuego negro, y sus ojos brillaban como rubíes.
—Soy el protector de mis sueños...
Un repentino latigazo de dolor le hizo caer al suelo; sintió como si alguien le rajara la piel desde el nacimiento de la espalda hasta la nuca. La sangre manó como un surtidor y las piernas le fallaron, pero cuando sintió que desfallecía, dos grandes alas negras lo elevaron. Un instante después volaba sobre Drongar, muy por encima de las copas más altas de sus árboles. Voló a través de la galaxia, visitó mundos que jamás habría soñado conocer... Hasta que regresó la cancioncilla sin melodía y cayó al vacío.
—... ¿mis alas? No tengo...
Las estrellas gritaron su nombre cuando cayó; los mundos se convirtieron en un borrón en el tiempo, mientras él se precipitaba más y más hacia el insondable abismo que trascendía el horizonte que abarcaba la vista.
*
Aerion se despertó de súbito. La luz de dos lunas se filtraba a través de las ventanas abiertas en la piedra negra de la habitación. En el exterior, el viento agitaba las copas de los árboles, entonando una cancioncilla sin melodía.
Cuando intentó levantarse, un latigazo de dolor le recorrió la espalda y lo obligó a tumbarse de nuevo.
—Desaparecieron ya—murmuró Aerion, con una sonrisa débil.
—No será necesario que te levantes—dijo una voz envuelta en sombras, desde la entrada—. Los hermanos todavía están en camino.
—Entonces es necesario que me levante—replicó Aerion—.
El individuo se acercó lentamente, desnudando sus facciones del abrigo de la máscara. Sonreía.
—Entonces, levántate—le dijo—. Y hazlo como Aerion Naharis, Lord Comandante del Imperio Dark Sith.
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ACLARACIONES OFF: Mi personaje Jedi se ha ido de Ruusan, aparentemente en busca de conocimiento. Asumo que la idea no es muy buena y que el roleo en sí es escueto, pero opino que no es necesario más.
Mi personaje Dark Sith abre los ojos después de mucho tiempo en un estado similar al del coma. Cada verso del poema representa una fase de su vida anterior como Dark Sith, fase que se describe a continuación (con elementos oníricos, por supuesto).
Tema del color: Sencillamente, no encuentro ningún color que haga agradable la lectura.
Habbo Wars- Mensajes : 223
Fecha de inscripción : 12/05/2015
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